El verano pasado, concretamente el 20 de agosto de 2018, el papa Francisco dirigió una ‘Carta al pueblo de Dios’ sobre los “abusos sexuales, de poder y de conciencia” que han tenido como víctimas “a muchos menores” y que fueron cometidos “por un notable número de clérigos y personas consagradas”. Es un texto escrito por un pastor de la Iglesia que se coloca al lado y del lado de las víctimas, y lo hace desde la perspectiva del sufrimiento compartido. Francisco siente como algo propio la situación terrible vivida por muchas personas que se han visto agredidas en su dignidad radical de seres humanos y, por tanto, en su condición de hijos e hijas de Dios.
Los responsables de esta agresión a la dignidad humana y espiritual han sido, precisamente, los que hubieran debido salvaguardar del mal a los más indefensos, pero son ellos los que –como dice Pablo– “han cambiado la verdad de Dios por la mentira” (Rom 1, 25) y han sido dominados por “pasiones vergonzosas” (v. 26). Se han comportado, pues, de forma contraria al Evangelio, confiándose a “razonamientos inútiles”, de manera que “su corazón insensato se ha llenado de oscuridad” (v. 21).
Estas palabras, con las que el apóstol Pablo describe el pecado de los paganos que no conocían el Evangelio de Jesús muerto y resucitado, sirven para tipificar los abusos, comportamientos totalmente ajenos al mensaje evangélico. De hecho, estamos ante un caso de apostasía práctica, mediante la cual se han negado las cosas más santas de la fe y se ha utilizado esta fe para dar cabida a comportamientos opuestos a ella. Esto ha significado no solo el mal subjetivo cometido por quienes han transgredido las leyes divinas, sino, sobre todo, el mal que ellos han causado a los que se han visto afectados por su transgresión.
Ante esta situación, que hiere profundamente el ser de la Iglesia como servidora del Evangelio, el Papa ha escogido un texto bíblico que expresa la solidaridad con las víctimas de los abusos: “Si un miembro sufre, todos sufren con él” (1 Cor 12, 26).
Se trata de una situación que se ha prolongado en el tiempo. En la citada carta del 20 de agosto, el Papa habla de setenta años, es decir, el período que sigue a la II Guerra Mundial. Otros indican un arco temporal todavía más grande, y sitúan su inicio antes de esta, en los años 30. En cualquier caso, se puede afirmar que la pederastia se ha ido introduciendo como serpiente dañina dentro de la Iglesia en pleno siglo XX de forma inédita y sigilosa, y ha atrapado particularmente a presbíteros y consagrados –también laicos–, sin hacer distinciones de países y culturas.
Es sintomático que el siglo de la violencia desbocada, el siglo de millones de muertos (militares y civiles) en las guerras que lo han traspasado, el siglo de los genocidios y exterminios, el siglo que ha visto más destrucción de la vida humana, sea precisamente el siglo donde ha tenido lugar la violencia secreta de los abusos. ¡Es muy grande la fuerza del mal!
Índice del Pliego
I. LA GRAVEDAD DE LOS HECHOS
- Una cultura de muerte
- Escandalizar a los más pequeños
II. LAS CAUSAS
- La separación entre la fe y la vida
- La desaparición de la frontera entre el bien y el mal
- La ceguera espiritual
III. LA CREACIÓN DE UNA NUEVA CULTURA COMO RESPUESTA
- La lucha contra el mal
- La oración y el ayuno
- Sentirse miembro del pueblo de Dios y perseverar hasta el fin