Frente a una opinión muy extendida sobre la inutilidad de muchos documentos del Vaticano, podemos asegurar que ‘Jesucristo, portador del agua de la vida. Una reflexión cristiana sobre la Nueva Era’ (2003) es una aplicación concreta –y muy necesaria– de lo que el Concilio Vaticano II había subrayado como un deber para la Iglesia en su misión evangelizadora: “Escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad” (‘Gaudium et spes’, 4).
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Efectivamente: con el documento sobre la Nueva Era, el grupo de trabajo sobre nuevos movimientos religiosos –integrado por el Consejo Pontificio de la Cultura y el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso– llevó a cabo un eficiente trabajo de lectura de la realidad al inicio del tercer milenio, al que contribuyeron la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. Porque la situación religiosa no se reduce al proceso de secularización. Juan Pablo II había aludido en numerosas ocasiones, en los años 80 y 90, a la convivencia de dos fenómenos aparentemente contrapuestos: por un lado, la mentalidad secularista, que aparta a Dios y a lo religioso de los fundamentos de la sociedad y la cultura; por otro lado, las nuevas formas de religiosidad.
Y estas nuevas formas de religiosidad no se limitaban a lo que conocemos como fenómeno sectario. La propia trayectoria de los documentos del magisterio nos lo muestra muy bien: en 1986, el trabajo conjunto de varios dicasterios tuvo como fruto el documento ‘Sectas o nuevos movimientos religiosos. Un desafío pastoral’. Posteriormente, la reflexión dio un paso más al publicar la Santa Sede el documento al que está dedicado este Pliego.
Sed espiritual
¿Cuál era su objetivo? Mostrar “en qué difiere el movimiento Nueva Era de la fe cristiana”. Y desde una perspectiva no condenatoria, sino analítica y comprensiva: “Tener en cuenta la sed espiritual de muchas personas de nuestro tiempo, que la espiritualidad de la Nueva Era trata de colmar”. Por eso, el primer capítulo presenta la ‘New Age’ como un amplio movimiento cultural y analiza cuatro de sus ideas fundamentales (tal como se ofrecen al hombre contemporáneo): la fascinación por lo sobrenatural, la búsqueda de armonía, la salud integral y el deseo de una totalidad que supere todo dualismo. También explica dónde están sus raíces: en el esoterismo contemporáneo (especialmente la Teosofía). Y resume de forma brillante cuál es su visión del ser humano, de Dios y del universo, además de exponer cuáles son las causas del éxito de esta cosmovisión.
Los dos capítulos siguientes constituyen la entraña de la valoración cristiana de la Nueva Era: en un primer momento, presentan sus núcleos espirituales fundamentales para ver el contraste que suponen con respecto a la visión cristiana de la realidad, y después contraponen lo que dicen la ‘New Age’ y la fe cristiana en torno a Dios, Jesucristo, el ser humano, la salvación, la verdad, la oración, el pecado, el mal, el compromiso social y el futuro de la historia. Y concluye con este aviso para navegantes: “Por un lado, está claro que muchas prácticas de la Nueva Era no plantean problemas doctrinales a quienes las realizan; pero, al mismo tiempo, es innegable que estas prácticas, aunque solo sea indirectamente, comunican una mentalidad que puede influir en el pensamiento e inspirar una visión particular de la realidad. Ciertamente, la Nueva Era crea su propia atmósfera y puede resultar difícil distinguir entre cosas inocuas y cosas realmente objetables”.
Propuesta, no respuesta
Y aquí aparece la propuesta cristiana (atención: no es una respuesta a la Nueva Era, sino el anuncio siempre antiguo y siempre nuevo del encuentro salvador con Cristo, alternativa a la ‘New Age’). Esta propuesta es la de Jesucristo como portador del agua de la vida, y se hace a partir de la lectura del encuentro del Señor con la samaritana junto al pozo (Jn 4, 1-42). Y el documento concluye con unas indicaciones importantes para la pastoral ordinaria de la Iglesia, a la luz de lo que se ha expuesto (con el esquema ver-juzgar-actuar), y que resumiremos al final de este Pliego.
Es importante reseñar algo muy poco conocido: una especie de “epílogo” a nivel de la Santa Sede para este documento. Fue una consulta internacional sobre el aspecto práctico y terapéutico de la ‘New Age’ que organizaron precisamente los dicasterios implicados. A la Santa Sede habían llegado numerosas consultas sobre la compatibilidad con la fe cristiana de diversas prácticas concretas, y en 2004 se realizó una reunión con expertos de varios países. Además de poner en común sus reflexiones, hicieron una serie de recomendaciones, entre las que destacan unos criterios de discernimiento y pistas de acción (que no han logrado una difusión suficiente).
Continuemos con la repercusión eclesial. Como sucede en muchas ocasiones, la importancia de un documento del magisterio no se corresponde de forma proporcional con su impacto en la reflexión y la práctica posterior en las comunidades creyentes. En el caso de ‘Jesucristo, portador del agua de la vida’, no ha sido muy citado, cuando aborda un fenómeno emergente y presente en todo el mundo. (…)
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Índice del Pliego
I. SÍNTESIS DEL DOCUMENTO
II. LA RECEPCIÓN DEL DOCUMENTO
III. LO QUE HA CAMBIADO
- Del pensamiento positivo al pensamiento mágico
- La narrativa mágica
- La popularización masiva de lo oriental
- El auge de las pseudoterapias
- La dulcificación del esoterismo
- Conexión con las teorías de la conspiración
- Resignificación esotérica de lo cristiano
IV. LO VÁLIDO DE LAS CONCLUSIONES PARA LA IGLESIA ACTUAL