Pliego
Portadilla del Pliego, nº 3.350
Nº 3.350

Los votos religiosos: una realidad por repensar

El ser humano no está hecho para vivir cómodo en medio de la incertidumbre. Necesitamos certezas suficientes para sentir que nuestros pasos avanzan por un suelo firme, al menos en parte. Quien más y quien menos vivimos entre la inquietud por cruzar a la otra orilla, escuchando la invitación de Jesús (cf. Mc 4, 35), y la desconfianza por alejarnos de la margen que conocemos. Esta experiencia compartida también se hace fuerte si queremos hacer una reflexión sobre los votos. Estos, vistos desde fuera –y quizá también “desde dentro”–, pueden parecer realidades seguras y firmes, pero si nos fijamos con atención resulta ser una realidad mucho más compleja de lo que parece.



Sumergirnos en este tema puede generar incomodidad, porque reflexionar implica, necesariamente, descubrir las grietas de lo que parece inquebrantable y cuestionar lo que, con frecuencia, consideramos indiscutible. Con todo, esta es la única vía posible para reconocer la problemática que atraviesa el tema, rehuir de respuestas simples y avanzar hacia una manera de comprender los votos que nos ayude a comprender la Vida Consagrada (VC) en comunión con las demás vocaciones cristianas y, de paso, impulse a quienes nos sentimos llamados a esta vocación concreta a ser más fieles al querer de Dios.

‘Estado de perfección’

El próximo mes de diciembre se cumplirán sesenta años desde que se promulgó la constitución dogmática ‘Lumen gentium’ (LG). Entre las realidades que cuestionó este importante documento del Concilio Vaticano II, estaba también la VC y el modo en que esta se comprendía a sí misma en ese momento. Las afirmaciones conciliares sobre la Iglesia golpeaban las bases que permitían a esta vocación percibirse como ‘estado de perfección’. Si la Iglesia es ‘Pueblo de Dios’, si todos los bautizados tenemos la misma dignidad y estamos llamados a la misma vocación a la santidad y si, además, los religiosos no forman parte de la dimensión estructural de la Iglesia (LG 44), resultaba imposible seguir considerando que la VC estaba reservada para una élite de cristianos. Esto exigió repensar teológicamente la forma concreta de seguir a Jesucristo de esta vocación desde los nuevos parámetros que proponía la eclesiología del Concilio Vaticano II.

No fue sencillo entonces y sigue sin serlo ahora, pues es complicado conservar los comparativos de superioridad que utilizan ‘Lumen gentium’ y el decreto ‘Perfectae Caritatis’ (PC) para hablar de la VC sin regresar sutilmente a ese ‘estado de perfección’ que el Concilio echó por tierra. Si el mero hecho de tener una vocación cristiana implica, sin más, seguir ‘más de cerca’ a Jesucristo, que es la vocación de todo bautizado, ¿cómo no acabar creyendo que somos ‘más perfectos’ que los demás? No es difícil acabar afirmando sin palabras –parafraseando a Orwell– que por el bautismo “todos somos iguales”, pero, según las vocaciones particulares, “algunos más iguales que otros”.

Elemento esencial

En medio de este terreno resbaladizo, ya desde el Concilio los votos se presentaron como un elemento esencial a la hora de comprender la VC, tal y como afirma LG 44. La misma idea está en el actual ‘Código de Derecho Canónico’. Este presenta un amplio elenco de distintas formas de vida bajo el término ‘Vida Consagrada’, y aquello que todas tienen en común es la profesión de los consejos evangélicos “mediante votos u otros vínculos sagrados” (c. 573). De aquí se deduce con facilidad que estos consejos se consideren lo definitorio de la VC. Vamos, para entendernos, que pertenecen a esta vocación quienes hacen votos o algo similar. Esto, que parece bastante sencillo de entender, encierra dificultades que no resultan tan evidentes y que, en las próximas páginas, queremos mostrar.

A partir de lo dicho hasta ahora se comprende que cualquier reflexión que se haga y cualquier tratado teológico sobre la VC abordan los votos como un tema nuclear. Esta relevancia no oscurece una complejidad que queremos apenas apuntar a continuación. En primer lugar, y a pesar de que estamos hablando de ‘votos’ y consejos evangélicos’ de manera indiferenciada, esta última nomenclatura resulta problemática. Ya hemos visto que el ‘Código de Derecho Canónico’ habla de ‘consejos evangélicos’ como punto en común de las variadas formas de vida que se engloban en lo que denomina ‘Vida Consagrada’.

‘Consejo evangélico’

El término ‘consejo’ nos recuerda demasiado al imaginario previo al Concilio. En él, siguiendo una inadecuada interpretación del texto evangélico del joven rico (Mt 19, 16-22), se planteaba que el común de los bautizados tenía la obligación de cumplir los mandamientos, mientras que algunos elegidos eran invitados a los consejos, con los cuales accedían a ese ‘estado de perfección’ que suponía la VC. Estas connotaciones siguen estando en el término, por mucho que no siempre seamos conscientes de ello. Tomarnos en serio la eclesiología del Concilio Vaticano II y la llamada universal a la santidad tendría que disponernos a prevenir cualquier reducto que no sitúe todas las vocaciones cristianas en el mismo plano de igualdad, incluido el término ‘consejo’.

Si, además, nos fijamos en lo que sugiere la expresión ‘consejo evangélico’, también brotan dificultades. Con este giro lingüístico planteamos que hay actitudes y formas de vivir que el Evangelio aconseja. No solo supone un problema considerar que, en el Evangelio, podemos distinguir entre exigencias y consejos, sino ¿por qué identificarlos con la pobreza, la obediencia y la castidad? ¿No sería también recomendable y coherente con la manera histórica de vivir de la primera comunidad otras actitudes, como, por ejemplo, la itinerancia? ¿Por qué es aconsejable para algunos seguidores de Jesucristo y no para todos? Además, si lo pensamos fríamente, concentrar o reducir los valores evangélicos a la triada clásica ¿no resulta limitante? (…)

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Índice del Pliego

1. Entrar en lo incierto como camino de crecimiento

2. Las grietas teológicas

3. Las grietas canónicas

4. Recuperar el carácter de mediación de los votos

5. Algunas tareas pendientes

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