Pliego
Portadilla del Pliego nº 3.108
Nº 3.108

Memoria teológica de la Transición

Cuando el nuevo Ejecutivo socialista prometía sus cargos sin Biblia ni crucifijos, recordé aquel artículo de 2004 en el que Guido Rampoldi hablaba en ‘La Reppublica’ de “la España laica de Zapatero”. La España ayer nacionalcatólica y hoy laica que, como quien elimina una misma mala hierba de raíz, a la vez que exhuma a Franco, alienta nuevas medidas legales, fiscales y sociales para suprimir los llamados “privilegios de la Iglesia”.

Pero hablamos también –paradojas de la vida– de la misma España laica del Kichi sosteniendo entre sus manos la insignia de hermano del Nazareno de Cádiz minutos antes de afirmar que “Podemos no viene a quitar la Semana Santa, sino a mejorarla”. Y debe de ser verdad, porque él mismo concedió a la Virgen del Rosario la Medalla de Oro de su ciudad. La España laica de la Legión escoltando al Cristo de la Buena Muerte, o la de aquella otra Junta de Cofradías agradecida al buen hacer de su Ayuntamiento de Zaragoza en Común. La España laica que amenaza con el IBI y da codazos por figurar con su vara en la presidencia de las cofradías. Las dos Españas en permanente paradoja: la de la inexorable “apostasía silenciosa” y aquella otra que cifra su presencia pública en función de las horas de clases de Religión que ha conseguido arrancar al Gobierno de turno.

Pero una mirada un poco más avezada, que consiga saltar sobre la sombra de esta especie de Don Camilo y Peppone hispánicos, vislumbra fácilmente que las noticias referidas no son más que la hojarasca episódica de un debate de fondo religioso de grandes dimensiones. En efecto, el sacro, lejos de cumplir las expectativas ilustradas y replegarse silenciosamente a las sacristías, también en nuestro país ha saltado a la palestra en las dos últimas décadas de un modo inusual y virulento, en forma de atentados, reclutamientos para la ‘yihad’, proliferación de sectas, radicalización de posturas ante los retos de la inmigración o la emergencia de nuevas formas de fanatismo ultraconservador y reaccionario.

Sin embargo, con una clara diferencia respecto al conjunto de países vecinos: todas estas circunstancias no son en absoluto un desafío novedoso para el pensamiento teológico español. Este, durante la transición política, en un tiempo relativamente reciente, tuvo que afrontar un reto no menos dificultoso en el que la Iglesia precisó de grandes dosis de libertad y autocrítica para despojarse de gran parte de los privilegios y poderes acumulados, fermentar la reconciliación nacional y la concordia, abrazar la pluralidad como una riqueza necesaria para el conjunto de la sociedad y realizar el tortuoso éxodo interior que va del autoritarismo a la credibilidad.

Todo ello se llevó a cabo con el renovado impulso del Concilio Vaticano II, generando en la piel de toro una auténtica falla entre la Iglesia y el régimen, que acusaba a los obispos no solo de deslealtad al dictador, sino incluso a la fe verdadera, en cuya defensa se desplegaron en el 36 las velas de la cruzada nacional. Y es que la Iglesia comenzó a distanciarse desde episodios tan sonados como los protagonizados por el cardenal Tarancón a otros tan pequeños como frecuentes. Por ejemplo, el párroco de Villafranco del Guadalquivir, hoy Isla Mayor, con la multicopista que antaño imprimía los cancioneros infantiles comenzó a lanzar panfletos del Partido Comunista, jugándose así una plaza en la cárcel de curas de Zamora que, por otro lado, era con diferencia la más conflictiva y politizada de cuantas dedicó Franco a la disidencia.

Si tenemos en cuenta que hasta los años 90 el factor religioso era el vector más influyente en la intención de voto, podemos imaginar qué papel jugaron el pensamiento teológico y la Iglesia en la transformación pacífica que protagonizó la sociedad durante la Transición. Y, además, cómo una parte significativa de la militancia cristiana y de sus pastores lo hizo en plena dictadura, no a merced de los nuevos vientos. Es más, para una teología que contemporiza cabalmente el ‘auditus fidei’ y el ‘auditus temporis’, España llegó a convertirse en un verdadero ‘locus theologicus’. Por todos estos y otros muchos motivos de fondo, más allá de las diversas medidas concretas de los programas políticos, se lograron edificar unas consolidadas relaciones entre política y religión reflejadas en la Constitución de 1978 y, a partir de la firma del Concordato de 1979, entre la Santa Sede y el nuevo Estado democrático.


Índice del Pliego

INTRODUCCIÓN

I. HACIA UNA NUEVA COMPRENSIÓN DE LO SAGRADO

  1. De la politización de la fe a la superación de la dictadura
  2. No revolución, sino Transición
  3. Hacia una palabra creyente históricamente significativa

II. UNA MEMORIA QUE MIRA AL FUTURO

  1. Solidaridad con las víctimas y manipulación ideológica
  2. La falsa conciencia y el recuerdo de la libertad

CONCLUSIÓN

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