Pliego
Portadilla del Pliego, nº 3.397
Nº 3.397

Mujer y religiosa: ¿qué espera la Iglesia de mí?

Me parece importante comenzar definiendo el concepto de mujer, lo que podría parecer obvio. Según el diccionario, “en la especie humana”, mujer es la “persona del sexo femenino, especialmente a partir del momento en que ha alcanzado la madurez anatómica y, por tanto, la edad adulta”, seguido de otras expresiones corrientes y algunas impropias: “En numerosas expresiones de uso establecido se refleja una impronta misógina que, a través del lenguaje, una cultura machista secular, penetrada en el sentido común, ha impreso en la concepción de la mujer”. ¡Qué maravilla! Un diccionario que “condena” “la caracterización negativa u ofensiva” del término.



Pero hay que señalar que la primera definición que da el diccionario proviene del latín ‘domina’ (“dama, señora”). Y, de hecho, esta explicación ofrece plenamente el sentido de lo que debe ser una mujer: señora y dueña de su propia existencia, es decir, un ser humano con dignidad propia, no adquirida por ser esposa y madre, sino como “persona”, una “profundidad ontológica” que le brinda la posibilidad de expresar su libertad, como la tienen todos los miembros de la familia humana.

Mujeres En Dialogo

La historia humana, esa “maestra de vida”, es “sumisa”. Y, donde falta esta sumisión, la narración adquiere tonos duros, persecutorios, casi siempre mortíferos, ya se trate de la vida laica o cristiana. No hay ninguna razón, ninguna teoría sólida, que justifique la actitud represiva del hombre, del varón, hacia la mujer, sino solo razonamientos “insensatos” transmitidos, casi como un evangelio, un credo irreflexivo que hace alegrarse del nacimiento de un varón y casi maldecir –a la mujer que da a luz– cuando en su lugar es una hembra la que viene al mundo. Los niños lo aprenden enseguida: en los juegos suelen decir a las niñas: “No, tú eres una niña”, adhiriéndose así ya de niños a ese mundo estúpidamente cerrado que condena a priori a la mujer.

Iguales derechos y oportunidades

Es muy fácil creer que nuestra condición de mujeres, en general, es mejor que la de nuestras madres y abuelas. Y algunos incluso pensarán que se trata de un discurso “feminista”, de mujeres que quieren ser iguales a los hombres. Por supuesto que queremos ser iguales a los hombres, pero no en el aspecto físico ni en nada: simplemente, queremos tener los mismos derechos y oportunidades que ellos tienen y que, a menudo, se nos niegan por el hecho de ser mujeres. Sociológicamente, podemos hablar de roles preconstituidos, esquematizados y utilizados para dominar al más débil, en este caso a la mujer.

En el mundo laboral, por ejemplo, sigue existiendo desigualdad salarial a igual empleo, a pesar de las leyes que prohíben la discriminación en el lugar de trabajo, y la empleada que decide tener hijos no siempre recibe ayuda y la mayoría de las veces tiene que dejar su trabajo para cuidarlos. Ya es un paso adelante la creación de permisos parentales también para los padres, un importante reconocimiento de la paternidad compartida, padres y madres responsables por igual de la crianza de los hijos. También hay empresas de cierto nivel, como Microsoft, que obligan a sus empleados a hacer un curso de formación sobre “estereotipos de género” para evitar que se produzcan, pero es un caso muy singular.

Violencia de género

La Unión Europea puso en marcha un plan estratégico quinquenal para la “igualdad de género” (2020-2025), con el objetivo de acabar con la violencia de género –una auténtica lacra en Europa y en el mundo–, combatir los estereotipos, eliminar la brecha de género en el lugar de trabajo, y dar a las mujeres los mismos derechos que a los hombres en cuanto a participación en los distintos sectores de la economía y la política. Pero en la propia Europa, considerada “primer mundo”, la violencia contra las mujeres de cualquier edad –incluso muy jóvenes–, la violencia física y psicológica y la explotación sexual van en aumento.

Concentración de las trabajadoras del hogar de SOS Racismo de Gipuzkoa en recuerdo de su

Según estadísticas de la Unión Europea, una de cada tres mujeres mayores de 15 años ha sufrido violencia física o sexual. La familia es el lugar donde, en la inmensa mayoría de los casos, tiene lugar esta violencia; la familia que, en cambio, debería ser una “comunidad de ternura” que germina, vive y encuentra su apoyo en la ternura de Dios. En esa “escuela de humanidad” –como la definió ‘Gaudium et spes’ n. 52–, sin embargo, tienen lugar los peores crímenes contra las mujeres.

La familia es indispensable, pero su estabilidad parece gravemente comprometida por los cambios socioculturales y económicos, de modo que de ser un “icono del amor trinitario” corre el grave riesgo de convertirse en una verdadera estructura de pecado, donde el otro ya no es reconocido como un “tú” con el que entrar en relación según la dialéctica de la caridad, sino más bien como un lugar donde el más fuerte –en este caso, el hombre– ejerce una dinámica de poder destinada a esclavizar a los miembros más débiles.

Protagonismo silencioso

No es fácil, por tanto, describirse como “mujer”, sentirse parte de un contexto en el que, al fin y al cabo, solo se le aprecia parcialmente, donde pensar en “femenino”, porque “femenino” representa a menudo un apéndice de lo masculino. Todo el mundo conoce el libro ‘Talentos ocultos’, de Margot Lee Shetterly. En él se cuenta la historia real de la matemática, científica y física afroamericana Katherine Johnson, fallecida en febrero de 2020, que en los años 60, desafiando el racismo y el sexismo, consiguió colaborar con la NASA, trazando a mano las trayectorias del Programa Mercury y de la misión Apolo 11. Una mujer que dejó una gran huella en la historia de la humanidad y un gran ejemplo y estímulo para el mundo de las mujeres, a la que la NASA dio más tarde el nombre de uno de sus edificios.

Pero, ¿cuántas mujeres en el mundo trabajan en silencio, ocultas a los ojos de todos, y logran resultados sobresalientes en investigación, matemáticas, literatura, etc.? Innumerables. Sin embargo, se habla poco de ellas. El universo, de hecho, es masculino, no femenino. Y así nos lo cuenta Margaret Atwood en ‘El cuento de la criada’, que, ambientado en un futuro no muy lejano, describe los temas de la subyugación de la mujer y los diversos medios que emplea la política para esclavizar el cuerpo femenino y sus funciones reproductivas a sus propios fines. Un futuro terriblemente distópico, al que esperamos no acercarnos nunca, ni remotamente. (…)

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Índice del Pliego

PREÁMBULO

RETRATO DE LA MUJER EN LA SOCIEDAD Y EN EL MUNDO

LAS MUJERES EN LA IGLESIA

UNA REVISIÓN A LA LUZ DEL VATICANO II

EL PAPEL DE LAS RELIGIOSAS

¿QUÉ ESPERA LA IGLESIA DE LAS RELIGIOSAS?

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