Cuando Johann Sebastian Bach compuso su ‘Oratorio de Pascua’, lo dotó de un ritmo y una alegría al inicio –la exultante sinfonía– que es difícil de olvidar. Era el tiempo de la música barroca, potente y fuerte, y el compositor sintió que así debía transmitir la alegría de la resurrección de Cristo. Nadie puede discutir que es una pieza maravillosa que invita al júbilo.
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Sin embargo, y a tenor de lo que nos dicen los evangelios, la resurrección debió de ser mucho más silenciosa, más íntima, más familiar. Algo más parecido a lo que el poeta checo Vladimír Holan intuyó y expresó así: “¿Que después de esta vida tengamos que despertarnos un día aquí / al estruendo terrible de trompetas y clarines? / Perdona, Dios, pero me consuelo / pensando que el principio de nuestra resurrección, / la de todos los difuntos, / la anunciará el simple canto de un gallo… / Entonces nos quedaremos aún tendidos un momento… / La primera en levantarse / será mamá… La oiremos / encender silenciosamente el fuego, / poner silenciosamente el agua sobre el fogón / y coger con sigilo del armario el molinillo de café. / Estaremos de nuevo en casa”.
Holan recrea la resurrección no como una vuelta a la misma vida que llevábamos antes, sino que él la concibe y la expresa como una vuelta a casa. Sin embargo, me atrevería a decir que realmente el poema va mucho más allá, porque, al describir una escena tan cotidiana como la que cuenta –el despertar con sonidos familiares y aromas conocidos–, evoca una escena de hogar que es más cálida, más íntima, más del corazón que una escena de casa. Y la vuelta al hogar, curiosamente, la señala el canto de un gallo, algo también cotidiano en muchos lugares, cercano y con ecos de evangelio.
El instante de la Resurrección
Siempre nos quedará la duda de cómo aconteció el hecho más trascendental para la humanidad: ¡la victoria de la vida sobre la muerte! Sí, pero, ¿cómo fue?, ¿qué paso?, ¿pudo alguien ver el instante mismo de la Resurrección? Son preguntas normales que apuntan a la necesidad que tenemos, o que nos creamos, de movernos ante certezas demostrables, en lugar de confiarnos a la esperanza de sabernos salvados. Hay personas que necesitan más evidencias que otras. No es algo propio solo de nuestro tiempo. Ya, en la mañana de la Resurrección, pasó algo parecido…
¡Vamos, Pedro, anímate a contar lo que has visto! No te lo crees, ¿verdad? ¡Has visto el sepulcro vacío! Lo hemos visto los dos, pero no te lo acabas de creer. ¿No sientes lo mismo que yo? Dime que algo dentro de ti siente que está vivo el Maestro… Ver en el sepulcro, con la tenue luz que entraba del exterior, los lienzos y el sudario en el suelo fue impresionante; es más, diría que nos llevamos un buen susto. Sí, fue un momento de pánico, estupor, angustia, y todo lo que quieras decir, pero, ya que saliste corriendo sin esperar a más, podías al menos haber dicho lo que viste, lo que vimos. Ahora todos creen que el dolor por la muerte de Jesús me ha vuelto loca y que me invento que está vivo.
¡Vamos, Pedro! Que soy yo, María de Magdala, la que te lo pide… Abre los ojos, mírame. Sube, sabes que están todos arriba sumidos en la tristeza y el miedo. ¡Háblales! Cuenta algo, como puedas, con las palabras que te salgan. ¿No? Está bien, no insistiré más en eso, no te preocupes, ¿quieres hacerlo solo? ¡Adelante! No, tampoco solo; ¡qué paciencia hace falta contigo, Pedro! Tienes miedo, eso te pasa; lo entiendo, y digamos que, a la vez, no lo entiendo, pero lo admito. No te quedes encogido en las escaleras, sube, hazme caso, coge mi mano. ¡Anúnciales lo que tú y yo sabemos ya que ha pasado! Sí, Pedro, ¡que está vivo! Ya sé que he dicho que no insistiría, pero… ¡Es tan maravillosa la noticia!
Una luz con sonido
Por cierto, ¿cómo has percibido tú su presencia? Te digo cómo lo he sentido yo. Lo primero ha sido como si escuchara la poca luz que entraba en el sepulcro. Cuanto más me adentraba en él, más clara sonaba la luz. Sí, ya sé, es raro decir que la luz tiene sonido; sin embargo, es lo que yo he sentido. No te puedo describir cómo sonaba, pero te garantizo que su sonido era suave, reposado, como la brisa del amanecer, pero más por dentro… No te lo pongo fácil, ¿verdad? Eso me dicen tus ojos cerrados.
Luego, cuando tú te has ido y yo me he quedado fuera, mirando el sepulcro, no he sentido nada; me ha invadido la tristeza más que el miedo y, de repente, he creído sentir que había alguien detrás y me he girado… Sí, ha sido en el giro, mientras me volvía, justo al quitar la vista del sepulcro vacío y oscuro, cuando he sentido que estaba vivo, y el sonido de la luz no ha vuelto, pero he sentido su voz con mi nombre en sus labios. Muy dentro de mí, Pedro, más dentro que nunca, y he sentido que me decía: “Ve y diles…”. Imagínate, yo, María de Magdala, ¡una mujer encargada directamente por Jesús de deciros que está vivo! Diría que es emocionante, pero es mucho más. No sé qué palabras emplear para explicártelo.
Déjame que me siente a tu lado y que te diga algo que me está viniendo ahora mismo a la cabeza. ¿Recuerdas cuando te colaste en el patio de la casa del sumo sacerdote, mientras interrogaban a Jesús, y los criados te preguntaban si eras uno de sus seguidores, y tú lo negaste? No, no llores más por eso ahora, escúchame. ¿Recuerdas cómo nos dijiste más tarde que te había mirado el Maestro al salir y que, enseguida, al cantar el gallo dos veces sentiste tristeza, pero también que Jesús te miraba con todo su amor?
Déjate resucitar y sé feliz
Sí, Pedro, pese a toda la tristeza, ahí empezó para ti la Resurrección. Deja hablar a tu corazón. Aunque te suene raro, escucha su mirada, la mirada con la que te dijo que te seguía amando. Los ojos hablan, Pedro, tanto como la boca. Déjate resucitar, disfruta del regalo que nos ha hecho. Sé feliz.
¿Todavía no tienes ganas de subir? Pues quédate aquí si quieres un poco más, en las escaleras, a mitad de camino entre tu miedo y la verdad. Te hago compañía durante un rato, a ver si te decides; tienes la mano fría y sudorosa. Calma, Pedro, ya sabes que el Maestro respetaba nuestros tiempos. No sé qué más decirte, cómo animarte a que anuncies que la muerte ha sido vencida… Aunque has salido corriendo, tú también puedes anunciar que Jesús está vivo. La verdad será tu mayor consuelo; no hay otro, Pedro, solo la verdad. Voy subiendo si te parece. A ver qué dicen ahora. Espero que no me vuelvan a llamar loca. Tranquilo, Pedro, luego bajo y te sigo haciendo compañía…
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Índice del Pliego
NO HAY MÁS CONSUELO QUE LA VERDAD
¡VEN, AYÚDAME, MARÍA DE MAGDALA!
SOMOS NUEVA COMUNIDAD, QUE LLAMA A SER DE OTRA MANERA
ESCUCHAR EL CANTO DEL GALLO
VER LA LUZ
PREPARAR EL CAFÉ
CONSECUENCIAS DE LA RESURRECCIÓN SINODAL
EN GALILEA Y DESDE GALILEA