Un año más, la resurrección de Jesús transforma la vida creyente. La fe no es una ilusión, sino una certeza; la espera confiada en la Vida eterna que nos permite mirar de frente a la muerte. Pero la sorprendente irrupción del Resucitado en la historia humana constituye también una invitación al encuentro con Él en la eucaristía, donde la comunidad cristiana rememora sus últimos días mientras comulga con la sangre inocente de tantos dramas de hoy. Este es su legado y ahí arranca nuestro testimonio.
(…) Poco antes, durante las fiestas de la Pascua judía, había sido ejecutado en el suplicio de la cruz Jesús de Nazaret. Todos sabían lo que había ocurrido. Ahora había aparecido un grupo de sus seguidores que decían que estaba vivo, que lo habían visto, que hasta habían comido con él. Los jefes del pueblo afirmaban que durante la noche los discípulos del Nazareno habían robado el cuerpo, y ellos insistían en que lo habían visto vivo. ¿A quién creer? Ese era el muro que los dividía. Las dos noticias circulaban de boca en boca. ¿Cuál era la verdadera? Había que tomar partido. Alguien mentía.
Desde entonces, cada hombre o mujer que recibe el anuncio de la resurrección de Jesús se enfrenta al mismo dilema. A partir de ese día, cada uno que oye hablar de Jesús se enfrenta a la decisión de creer en una cosa o en otra. ¿Qué pasó esa noche?
No hay espacio para la ambigüedad. Por un lado, la “información oficial” de los jefes del pueblo que habla, con bastante sensatez, de un robo; y, por otro, lo que afirman los que creen esa “buena noticia”, esa locura que anuncian algunos amigos de Jesús: ese que murió en la cruz ahora está vivo, ha resucitado. No hay posibilidad de algo intermedio.
Quien cree que no resucitó, o no está muy seguro y no le parece importante plantearse esta pregunta, probablemente piensa que Jesús fue un buen hombre, quizás el más grande de todos o un idealista como tantos. Pero si se cree en la noticia que anuncian los que afirman que lo han visto vivo, entonces Jesús se convierte en la persona más decisiva, fundamental y determinante que ha existido, o mejor dicho, que existe, porque si resucitó está vivo. Así de simple y así de importante.
Los primeros cristianos no se distinguieron del resto de los habitantes de Jerusalén por que ellos creyeran que Jesús había existido y había dicho esto o aquello. Todos sabían eso. La novedad era que ese grupo decía que aquel Jesús que todos sabían que había muerto, estaba vivo. Poco tiempo después, esa gente comenzó a celebrar “otra Pascua”, y lo hacía cada domingo. (…)
Índice del Pliego
- 1. El comienzo
- 2. Salir corriendo
- 3. La fe no es una ilusión
- 4. Creer en comunidad
- 5. Los primeros encuentros
- 6. El encuentro con el resucitado hoy
- 7. El lugar del encuentro