“La esperanza no defrauda” (Rom 5, 5). Esta rotunda afirmación paulina dirigida a la comunidad de Roma, una pequeña comunidad cristiana implantada en el corazón de un Imperio pagano, se convierte hoy en un grito profético que nos invita a levantarnos de nuestras desidias individuales y comunitarias y a participar en este Año Jubilar 2025 con un renovado espíritu de conversión personal y pastoral.
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Peregrinar sugiere movimiento. No se trata simplemente de una ruta horizontal que nos lleva a un cambio de paisaje, sino una mirada vertical hacia la profundidad del corazón: ver mi vida no con la complicidad de mis ojos, sino con la verdad de la mirada de Dios, que me ayuda a discernir mis propias oscuridades y las tinieblas ambientales que nos envuelven.
El Jubileo es un nuevo ‘kairós’ que la Providencia nos regala para fortalecer nuestra vida sacerdotal y el ejercicio de nuestro ministerio. Todos los presbíteros estamos invitados a constituirnos, arropados por nuestros presbiterios, en ‘peregrinos de esperanza’ al frente de nuestras comunidades para renovar el deseo de alcanzar la Puerta Santa de la salvación.
Dos movimientos
La Puerta Santa, en los distintos santuarios de peregrinación, suele ser una “puerta estrecha” (cf. Mt 7, 13-14). Al cruzarla, provoca dos movimientos instintivos: agachar la cabeza… y, una vez que hemos atravesado su umbral, levantar la mirada para contemplar la grandiosidad del santuario que nos acoge. Ante la Puerta Santa, estamos solicitados a agachar la cabeza con humildad, bajo el peso de nuestros pecados. Pero también estamos urgidos a cruzar su umbral y, alzados por la esperanza, levantar la mirada para contemplar la infinita misericordia de Dios.
El peregrino camina fijando bien su pisada y oteando la meta a la que dirige sus pasos. Somos peregrinos en un tiempo y un espacio determinados, en una climatología socio-espiritual que nos envuelve.
Cruzar a la otra orilla
El pasaje de la tempestad calmada narra un suceso sorprendente, una actuación prodigiosa de Jesús (cf. Mc 4, 35-41). El Maestro propone a sus discípulos una “peregrinación” en barca: dejar la orilla calma de Galilea y pasar al territorio adverso de la Decápolis, la región de los gerasenos. Cuando Jesús propone: “crucemos a la otra orilla”, les está invitando a pasar a la orilla de los paganos, los extranjeros, los diferentes (cf. Mc 5, 1-20).
Ir a la otra orilla supone atravesar el mar abierto de la dificultad, perdiendo la seguridad de la orilla firme. Se desata una tormenta en alta mar y aflora la duda de la fe en los discípulos: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?”. Y resuena como un trueno la exhortación de Jesús: “Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”.
Ancla de esperanza
El logo del Jubileo nos presenta a peregrinos de todos los pueblos y razas agarrados unos a otros, y todos a la cruz, como un ancla de esperanza, para sostener el paso en medio de las olas removidas sobre las que se posan sus vidas.
También los presbíteros podemos mirarnos e identificarnos con este logo. En el mar abierto de la posmodernidad, los sacerdotes, una membrana especialmente sensible de la Iglesia, navegamos en mar abierto, con cierta zozobra por la debilidad de las grietas abiertas en nuestra identidad sacerdotal por el ácido de los escándalos y el desconcierto de la propia mediocridad, que provoca una tormenta interior que paraliza y angustia.
Dana espiritual
Además, este estado de ánimo se hace más frágil por la aparente infecundidad de un ministerio que choca con la indiferencia o la negación explícita de Dios: una verdadera dana espiritual, amortiguada en algunos escenarios por el paraguas de la religiosidad popular, que ha convertido en fango la tierra buena en la que depositar la semilla del Evangelio.
Hoy, los corazones atónitos y dubitativos de los nuevos discípulos del Maestro, que navegamos en la barca de la Iglesia, a corazón desprotegido, musitamos: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?”. El Jubileo quiere sintonizar nuestros corazones con la exhortación del Maestro: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”.
Vivimos en la época del malestar, del desánimo, del cansancio. “El siglo XX ha resultado ser un inmenso cementerio de esperanza… Occidente está profundamente cansado, cansado de sí mismo. Y nosotros los europeos, los occidentales, estamos cansados de ese Occidente que, por lo demás, constituye nuestro espacio vital, nuestro humus histórico y cultural”.
Miedo y angustia
Nuestro mundo, y la Iglesia que navega en sus aguas, sufre un fuerte déficit de esperanza. Uno de los pensadores más influyente en la actualidad, Byung-Chul Han, hace una comparativa de la esperanza con dos palabras que hoy tienen cierto eco en nuestros ambientes comunitarios y en nuestro propio corazón: el miedo y la angustia. Señala el autor que vivimos una “pandemia de miedo”: tenemos miedo a muchas cosas, incluso a nosotros mismos…
Y el miedo paraliza. La angustia tiene una raíz latina muy significativa: ‘angus’; de ella deriva “angustia”, y también “angostura”… En muchos pueblos, hay calles o pasajes con esta denominación: angostura; se trata de una vía estrecha que produce una sensación de agobio al caminar por ella.
La angustia se diferencia del miedo. Se tiene miedo de algo: de la enfermedad, de una situación económica, de una pérdida de significancia; incluso, de una persona determinada. Sin embargo, la angustia es una situación vital indeterminada: nos es difícil detectar exactamente su causa; es como un “estado de ánimo” bajo y cerrado.
Antídoto probado
Contra el miedo y la angustia, la esperanza se ofrece como un antídoto probado. Vivir en la esperanza, anclada en la fe y alentada por el amor, nos da un “tono vital” que genera una alegría serena, una fuerza para expulsar el miedo y para dominar la angustia al levantar la mirada al futuro y ensanchar un horizonte que parecía estrecho.
Los presbíteros, hoy, caminamos bajo el síndrome del estado de ánimo de los que huían a Emaús: aquellos discípulos del desencanto, entre la penumbra del crepúsculo y el ánimo sombrío que les embargaba, tardaron en descubrir en aquel Caminante que salió a su encuentro al mismo Señor.
Hoy, la climatología espiritual que nos abraza tiene más que ver con un “estado de ánimo” que oscurece una presencia que con una duda profunda de fe que la niega. No negamos que el Maestro nos ha instruido en la orilla; pero, quizás, nos falta el convencimiento de que está embarcado con nosotros en plena tormenta. (…)
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Índice del Pliego
PEREGRINAMOS EN ALERTA ANTE LA AMENAZA DE UNA DANA ESPIRITUAL
Un déficit de esperanza: un “estado de ánimo sombrío”
Una climatología espiritual adversa: “un nuevo kairós”
Los nuevos obstáculos a la fe: “una alforja cargada de preguntas”
La aparente esterilidad pastoral: “el cansancio de los buenos”
La acerba soledad: “la atmósfera que nos ciñe”
Lancemos “el ancla de la esperanza”
AGACHAR LA CABEZA, CON LA HUMILDAD DE LA VERDAD
Debilitamiento del radicalismo evangélico
Falta de disciplina en el espacio y el tiempo
Un individualismo orgulloso
Pecados específicos contra la esperanza
- Un falso realismo
- La desesperanza
- La presunción
- El espiritualismo
- El secularismo
LEVANTAR LA MIRADA CON REALISMO Y HENCHIDOS DE ESPERANZA
Limpiar la mirada para recuperar la alegría
Desactivar la “necedad” para activar la vigilancia
Dominar el estrés para activar la paciencia creativa
Abrir los sentidos con el perfume de la oración
Transitar de la sobreabundancia a una elegante sobriedad
UN DESEO Y UNA ORACIÓN: SERVIDORES DE VUESTRA ALEGRÍA