Pliego
Portadilla del Pliego nº 3.247
Nº 3.247

Presentir la vida, presentir a Dios (Adviento 2021)

“Con el cristianismo se ha producido la revolución más considerable de la historia: el hombre ha creído que Dios le amaba. Probablemente, nada necesitamos hoy día tanto los cristianos tibios, instalados en un cristianismo solo de tradición, como rehacer la escucha de esa buena nueva inaudita; recobrar la condición de su novedad y sacar todas las consecuencias que se siguen de ahí para nuestra vida. Probablemente, nada nos ayudará tanto a la conversión como creer esa buena nueva”.



Seguramente conoces el experimento del gorila invisible. Lo llevaron a cabo C. Chabris (doctor en Harvard y profesor de Psicología del Union College de Nueva York) y D. Simons (doctor en Cornell y profesor de Psicología de la Universidad de Illinois) en 1999. Sería estupendo que pudieras hacerlo antes de seguir leyendo. Si es así, lo encontrarás fácilmente en internet. Después, vuelve y sigue leyendo. ¿Continuamos?

El experimento es sencillo: se visualiza un vídeo en el que aparece un grupo vestido de blanco y otro de negro, ambos con una pelota de básquet. La consigna es que cuentes las veces que el equipo blanco hace un pase entre ellos. Son solo unos segundos. Al terminar, más del 55% dice una cantidad concreta de pases, pero –acierten o no– ninguno ha visto a un estudiante que atraviesa la escena vestido de gorila y golpeándose el pecho frente a la cámara. ¿Increíble, verdad? Lo es. Hasta el punto de que muchos de los que realizaron el experimento no suelen creer que sea el mismo vídeo cuando rebobinan y se lo muestran de nuevo. Por supuesto, la segunda vez lo ve todo el mundo.

Expectativas y realidad

Este experimento, replicado en distintas culturas, edades y medios, siempre con resultados similares, muestra lo ilusos que somos al creer que podemos atender y percibir la vida tal como pasa por delante de nosotros. Los mismos Chabris y Simons lo llaman la ilusión de atención. Pero, sobre todo, el experimento mostró hasta qué punto nuestras expectativas dirigen y filtran nuestra atención y, por tanto, nuestra vivencia de la realidad. Algunos científicos han llamado a este fenómeno ceguera por falta de atención.

La parte buena es que Chabris y Simons proponen “una forma probada” de eliminar o, al menos, reducir este límite tan humano: cuanto menos inesperado sea el objeto o acontecimiento (el gorila del vídeo), menos probable será que no lo veamos. Es decir, esperar algo hace menos probable que nuestra humana y limitada capacidad lo invisibilice. No es cuestión de buena o mala voluntad: es cuestión de capacidad.

Imaginemos que nuestra forma de esperar a Dios estuviera influyendo en nuestra mayor o menor capacidad para reconocer a Dios en la historia. Si es así, el Adviento, como de esperanza, podría ser un tiempo litúrgico para entrenar el modo en que esperamos y percibimos la vida (y a nosotros en ella).

Esperar y percibir la vida

Para ello necesitamos reconocer con lucidez que no “vemos” la realidad como realmente es. Intentamos acercarnos a ella, estar atentos, confrontar con otros, buscar… pero no tenemos la capacidad de percibirla siempre y totalmente tal cual es.

Segundo, necesitamos una puesta a punto de amor. No como examen de conciencia (el amor no cabe en propósitos), ni como medida de cuánto amamos (siempre el saldo es negativo). Solo como un ejercicio de atención: “¿Quieres saber lo que amas? Pues mira a lo que estás atento” (Pablo d’Ors). Porque la atención expresa nuestro amor y, además, engendra esperanza. Y en Adviento decimos esperar un nacimiento, una nueva vida muy concreta: la de Jesús. Atender allí donde esto sucede o, al menos, no andar demasiado distraídos, será decisivo.

Tercero, porque –como decía Kierkegaardtener esperanza es la capacidad de entrever posibilidades. Ni siquiera hace falta que sean grandes promesas. Basta con aventurar algún resquicio, alguna salida, algún futuro. Lo contrario es caer en la desesperanza, y no conozco mejor antídoto contra ella que la fe, la confianza. Fiarse de uno mismo, de tu pareja, de tus amigos, de tu trabajo, de tus sueños, de tu comunidad… Sin confianza, ¿cómo afrontar el presente?, ¿cómo esperar el futuro? Sin entrever posibilidades, ¿cómo ponerse en camino?

Encuentro personal

No hay experiencia espiritual, por elevada que sea, que no pase por el tamiz de nuestros sentidos, de nuestra corporalidad. Solo aquello que “entra” sensiblemente comienza a formar parte de nuestra vida y de nuestro horizonte. Aquella máxima clásica, “fe es creer lo que no vemos”, no acaba de encajar con la experiencia creyente porque solo aquello que “vemos” y experimentamos, nos permite creer. En nuestra tradición cristiana se hace más evidente, si cabe, puesto que la clave de nuestra fe es un encuentro personal: conocimos a Jesús, le escuchamos y hemos querido responder con la vida.

Y puesto que no hay seguimiento o vocación cristiana que no lleve consigo un envío, una vuelta a la vida cotidiana (más consciente), es un drama vivir sin “ver” lo que ocurre a nuestro lado (recordemos a nuestro gorila invisible).

Mirada amorosa

Nada escapa de la mirada de Dios, de su atención, de su amor. Quizá porque es el “amante de la vida” por excelencia, porque ama cuanto existe (cf. Sab 11, 24-26). Somos hechura suya; llamados también a ensanchar el espacio de nuestra tienda, a no dejar a nadie fuera de nuestra “visión”. Empezando por nosotros mismos. Cuando somos capaces de mirar así la vida, con amor, cuidamos los detalles, vislumbramos una preciosa planta verde con flores donde solo hay un recipiente tosco lleno de tierra húmeda. En definitiva, la esperanza se hace connatural. Porque la semilla nunca se ve. Solo puedes presentirla. Solo queda fiarte que está ahí y está viva.

Dios nos crea con esa capacidad para presentir la vida en todas sus formas y, desde ahí, poder también presentirle a Él.

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Índice del Pliego

¿Qué tiene que ver esto con el Adviento?

I. UN EJERCICIO DE PERCEPCIÓN VITAL

II. UN EJERCICIO DE ATENCIÓN

III. UN EJERCICIO DE CONFIANZA

IV. PARA SEGUIR CRECIENDO… COMO UN RECIÉN NACIDO

V. MARÍA: UN MILAGRO

VI. SUGERENCIAS PARA ORAR Y VIVIR

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