Pliego
Portadilla del Pliego, nº 3.263
Nº 3.263

Reconstruir nuestros presbiterios

“Amparados en la agresividad externa que asedia a nuestra Iglesia, hemos podido olvidar o quizás esconder la debilidad interna que nos envuelve. Este es el verdadero problema”. Esta frase de un maestro y amigo ha dado motivo a esta reflexión, sabedores de que en la debilidad late aún la vida y podemos entre todos contribuir a fortalecerla.



Partimos de dos constataciones:

1. El debilitamiento de la fe y el cortocircuito de su transmisión. Semanas atrás, ‘Vida Nueva’ nos dejaba un titular inquietante: “Máximo histórico de no creyentes en España”. Y puntualizaba: “La cifra de quienes no creen en Dios se ha triplicado en dos décadas hasta el 38,7%, y el 62,05% de los jóvenes de entre 18 y 34 años no son creyentes”. El futuro no es esperanzador: la Iglesia europea, y en esto España es cada vez más Europa, vive al borde de un colapso evangelizador.

2. La caída de la figura del sacerdote desde la respetabilidad a la sospecha. El escándalo de los abusos en la Iglesia, mirado con la lupa de aumento de un anticlericalismo histórico pero con la patente claridad de un hecho execrable, ha derribado de golpe la peana que sustentaba la figura del cura. La publicación del informe sobre la pederastia en la Iglesia francesa ha disparado la sospecha sobre todos los presbiterios, creciendo el descrédito de la figura del sacerdote.

Dos dimensiones esenciales

El debilitamiento de la fe, con la dificultad objetiva en su transmisión, y el escándalo de los abusos tocan la figura del presbítero desde dos dimensiones esenciales: le afecta en su propia identidad existencial y le traba en el ejercicio de su ministerio. Existe además una especie de ‘feedback’: una identidad sacerdotal vivida con alegría fortalece la comunidad presbiteral; pero, también, la debilidad de un presbiterio mina la fuerza vital y evangelizadora de cada sacerdote. Desde estas premisas, reflexionamos sobre un titular cargado de esperanza: ‘Reconstruir nuestros presbiterios’.

No es arriesgado vaticinar que las iglesias particulares europeas y sus presbiterios se adentran en una época de crudo invierno, en una larga travesía del desierto. No quiero refugiarme en la frialdad objetiva de la sociología. Prefiero, desde el inicio, apelar a la espiritualidad. El pueblo de Israel, a pesar de sus continuas traiciones al plan de Dios, siempre experimentó su providencia.

El Deuteronomio aporta una clave para comprender la pedagogía de Dios: el desierto no es solo un castigo, ni tampoco el lugar en el que aparece el milagro de una inesperada ayuda en forma de maná, es también, sobre todo, un período de educación, en el que el pueblo escogido es llamado a discernir, captar y decidir (cf. Dt 8, 2-5) precisamente a partir del hambre. Aquello que aparece como negativo y sin valor se convierte en ocasión de descubrimiento respecto a la vida y respecto a Dios: el hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca del Señor (cf. Dt 8, 3; Mt 4, 4).

Travesía del desierto

La crisis vivida con motivo del COVID-19, una especie de nueva travesía del desierto, nos puede estimular a discernir, captar y decidir la novedad que Dios nos pide en este momento: el desierto no puede ser la posada definitiva de la desilusión, sino un itinerario hacia otra tierra prometida.

Se trata de convertir la travesía en un nuevo éxodo, que evite que la nave de la Iglesia encalle en las tierras movedizas de la resignación o la falsa justificación, y la empuje con el viento del Espíritu a desembarcar, purificada y rejuvenecida, en la orilla de la esperanza, maná imprescindible de la “nueva evangelización” a la que estamos convocados.

Discernir, captar y decidir

El desafío es ser capaces de discernir, captar y decidir lo que Dios nos pide hoy.

Las radiografías sociológicas no son muy favorables a la credibilidad de la Iglesia como institución y ni siquiera –y esto es más grave– a la misma fe: si antes era frecuente oír “creo en Dios pero no en la Iglesia”, hoy “ni en Dios”. La crisis sanitaria no solo ha zarandeado las costumbres comunes de convivencia, sino también las mismas prácticas religiosas individuales y las actividades pastorales de cualquier parroquia.

Esta pandemia ha traslucido algunas debilidades de nuestra pastoral: una práctica muy dependiente de la administración de los sacramentos; una catequesis excesivamente conceptual y presencial, en los salones de la parroquia y con la ausencia de la familia; la desbandada de los jóvenes; poca incidencia de la Iglesia en las redes sociales, reducida su presencia a la celebración de la misa en internet; incluso –y no es una inquietud menor– una cierta quiebra económica, que denuncia la fragilidad del sistema de sostenimiento de la Iglesia.

Reavivar el Espíritu

A pesar de todo, ahí está la fidelidad de muchas personas a la fe y a su práctica, a pesar del riesgo; la generosidad de tantos creyentes apoyando Cáritas y a su parroquia abre una ventana de esperanza: el pabilo aún humea. Se trata de reavivar el fuego del Espíritu.

Para la Iglesia, “volver a la nueva normalidad” no puede ser simplemente recuperar los hábitos y costumbres de antes de la pandemia. ¿Por qué no descubrir en estas circunstancias una oportunidad para discernir, captar y decidir un planteamiento de claves evangelizadoras “nuevas”?

Se reclaman cambios imprescindibles e inevitables en las estructuras de nuestra Iglesia si quiere ser fermento en medio de una masa cada vez más informe. Centro la mirada en un apartado de esta renovación: la ejemplaridad de la vida de los sacerdotes y la necesidad de presbiterios robustos y cohesionados. (…)

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Índice del Pliego

I. UNA NUEVA TRAVESÍA DEL DESIERTO

La nueva normalidad o una normalidad “nueva”

II. UNA MIRADA “DESDE FUERA” A LOS PRESBITERIOS: “LA SAL NO PUEDE CORROMPERSE”

La sal no puede corromperse

La pregunta del Cenáculo

III. UNA MIRADA “DESDE DENTRO”: UNA CIERTA “DECONSTRUCCIÓN”

Presbiterios debilitados en su “ser”: ¿una identidad anémica?

Presbiterios trabados en su “hacer”: ¿una “segunda transición” pastoral?

Nueva llamada a la reforma del clero: “En tiempos recios, amigos fuertes de Dios”

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