Algo de ‘quijotes’ tenemos todos. También la Vida Consagrada (VC, a partir de ahora) es quijotesca, como cualquier proyecto que aliente lo mejor del ser humano. Algunos nos dirán que es locura; otros se ríen; otros menean la cabeza con lástima, cabizbajos; y otros incluso nos aclamarán como honrosos caballeros (y caballeras, si fuera necesario). Y también la VC, como el mismísimo Don Quijote, tiene sus derrotas y sus Pedros Alonsos. Puede que ahora estemos en una de esas caídas, en un tiempo de debilidad y convalecencia. Pues, como afirma González Faus, “que la vida religiosa está en crisis no lo niega nadie hoy. Algunos siguen creyendo que se trata de una crisis solo cuantitativa y pasajera. Pero ya es hora de que nos preguntemos si no se trata más bien de una crisis cualitativa que amenaza o con una desaparición, o con una transformación radical de la vida religiosa. El mismo lenguaje que prefiere hablar hoy de vida ‘consagrada’ podría insinuar algo de eso si sabemos responder a la pregunta: consagrada ¿a quién y a qué?”.
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El Covid-19 está precipitando lo que estaba por venir: nuevos modos de relación, de identidad, de pertenencia y, ¿por qué no?, de vivir la fe. Y como consagrados, creo que es urgente recuperar los votos como camino de seguimiento y dinamismo de consagración.
Sí, creo que nuestra Iglesia y, concretamente, nuestra VC necesita decirse a sí misma: “¡Yo sé quién soy!”. Esto no nos cura, pero podría ponernos en camino, recuperar las ganas de vivir y de servir sin límite, como hizo Jesús. Con él y como él.
No sé cómo se hace. Intuyo que necesitamos recuperar lo esencial de la consagración y, desde ahí, reordenar los medios. Intuyo que lo que nació para hacer posible el seguimiento de Cristo en totalidad –pobres, castos y obedientes– ha dejado de ser un medio y nos ocupa la vida, las programaciones, los capítulos y las reuniones comunitarias.
Solo pretendo compartir deseos e inquietudes. Yo tampoco sé qué hacer ni cómo hacerlo. Solo quisiera expresar el deseo de recuperar los votos y la consagración religiosa en sí como principio y fundamento, como corazón de la VC en cualquiera de sus formas. Todo lo demás será eso: diversas formas cambiantes.
Me referiré a la VC apostólica en sus diversas formas de consagración (religiosos/as, institutos seculares, asociaciones de vida apostólica, laicos consagrados/as, etc.). La razón es simple: lo esencial es la consagración en sí, la llamada de Dios y el deseo de cada persona de entregar la vida por completo a Dios y a su servicio. Y aunque no todas estas formas de vida hacen voto de pobreza, obediencia y castidad, creo que son tres dimensiones que expresan radicalmente (desde la raíz) la consagración de todo consagrado.
Con frecuencia, al intentar arrojar una mirada global a la historia de la VC, suelen darse dos posturas: quienes valoran los orígenes como el momento de máximo esplendor y fidelidad evangélica (por tanto, el devenir de los siglos solo es “Historia de una larga decadencia”) y quienes, por el contrario, consideran el origen como un sencillo germen que va perfeccionándose a medida que pasan los siglos y aparecen nuevas formas.
Pero si creemos de verdad que la VC es un don o carisma del Espíritu a su Iglesia –como otras vocaciones–, entonces su bondad o deterioro no está en presumir de siglos a la espalda ni de ser la última aparición en el panorama eclesial. Ni unas son de primera categoría (pata negra) ni otras son la avanzadilla de la modernidad inculturada. Simplemente, el aliento de Dios suscitará nuevas respuestas a nuevas situaciones del mundo, y habrá hombres y mujeres que, en diálogo con Dios, concretarán diversos modos de hacer presente a Cristo aquí y ahora. No nos viene mal recordar que Dios está vivo y que su Espíritu sopla donde quiere y cuando quiere. Lo nuestro es respirar: tomar aire y devolverlo al mundo. Pero el aliento de vida es de Dios. Y, por definición, nunca está quieto, inmóvil, limitado. Entonces, ¿cómo iba a estarlo la VC si quiere vivir según la voluntad de Dios?
Propongo “recuperar” o “recobrar”. Según la RAE, en su primera acepción son sinónimos: ‘volver a tomar o adquirir lo que antes se tenía o poseía’. Podríamos decir que los votos o la consagración en sí no los hemos perdido nunca. Que es don de Dios. Que no es un bien nuestro. Es cierto. Pero los matices vienen después. Recuperar o recobrar también significa: 1. ‘Volver a poner en servicio lo que ya estaba inservible’; y 2. ‘Trabajar un determinado tiempo para compensar lo que no se había hecho por algún motivo’.
Y sí, quizá los mayores dones también pueden volverse inservibles y tener que recuperarlos. Sin dramatismo, sin juicios que nos paralicen, pero recuperarlos. Cambiar. Convertirse, diríamos en lenguaje eclesial. Y, para ello, seguramente tendremos que trabajar durante un tiempo o empeñar la vida en una determinada dirección para compensar lo que hemos dejado de vivir por la razón que sea.
Lo mejor viene cuando el diccionario lo aplica expresamente a las personas: 3. ‘Volver en sí de la enajenación del ánimo o de los sentidos o de un accidente o enfermedad’; 4. ‘Recuperarse de un daño recibido’; y 5. ‘Dicho de una persona o de una cosa: volver a un estado de normalidad después de haber pasado por una situación difícil’.
Me suena a Don Quijote. Y a nosotros. Necesitamos volver en sí, saber quiénes somos; recuperarnos de daños y situaciones difíciles que, con la mejor voluntad, no sabemos manejar. No sabemos cómo responder, aunque todos sabemos que hay que dar una respuesta nueva, porque mucho de lo que vivimos ya no vale. Volver en sí, a ‘nuestro más profundo centro’, sin enajenarnos (sin estar fuera de nosotros mismos, “en-ajeno”).
Así, propongo: recuperar el centro: Jesús y su Reino. Sin seguimiento de Cristo, todo lo demás es vano. Recuperar las virtudes teologales como dinámica de consagración. Si es la vida de la gracia (teologal) la que dinamiza el camino de todo creyente hacia Dios, también lo hará con el consagrado. Recuperar la vida de Cristo pobre, virgen y obediente para este mundo. El modo en que Dios nos regala su gracia en fe, esperanza y caridad toma la forma de obediencia, pobreza y castidad en un consagrado. Y no de cualquier forma (buena y válida), sino tal como lo vivió Jesús de Nazaret.
Poder levantarnos y reponernos diciendo “¡Yo sé quién soy!” no busca apuntalar el ego, contentarnos porque nosotros lo sabemos y otros no, o cualquier otra forma de soberbia espiritual bajo capa de fidelidad perfecta. Nos importa poder decir “sé quién soy y quién no quiero ser”, porque queremos hacerlo vida y, sobre todo, porque en ello nos va la felicidad: en hacer la voluntad de Dios. (…)
Índice del Pliego
I. RECUPERAR LA IDENTIDAD ESENCIAL PARA SER QUIENES SOMOS
- ¿Por qué “recuperar”?
II. RECUPERAR EL CENTRO: JESÚS Y SU REINO
- Regreso al futuro
- El seguimiento como estilo de vida
- Vida Consagrada, memoria viviente de Jesús
III. RECUPERAR LAS VIRTUDES TEOLOGALES COMO DINÁMICA DE CONSAGRACIÓN
- La dinámica teologal de la vida cristiana
- Don y tarea
- Vamos siendo consagrados
IV. RECUPERAR LA VIDA DE CRISTO POBRE, VIRGEN Y OBEDIENTE PARA ESTE MUNDO
- Un modo de vivir entre otros
- Vida Consagrada: signo escatológico, no ejemplo de vida
- La libertad de ser pobres, castos y obedientes; contigo y como Tú
V. FELICES SERÉIS… SI SABÉIS QUIÉNES SOIS Y QUIÉNES QUERÉIS SER