Jueves Santo: Santa Misa en ‘Coena Domini’
La realidad que vivimos hoy en esta celebración: el Señor que quiere permanecer con nosotros en la Eucaristía. Y nosotros nos convertimos siempre en sagrarios del Señor; llevamos al Señor con nosotros, hasta el punto de que Él mismo nos dice que si no comemos su cuerpo y bebemos su sangre, no entraremos en el Reino de los Cielos. Este es el misterio del pan y del vino, del Señor con nosotros, en nosotros, dentro de nosotros… (Lee la homilía completa pinchando aquí).
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COMENTARIO: Ser lavados para servir. Por Luis Argüello. Obispo auxiliar de Valladolid y secretario general de la CEE
El Papa, en su homilía, ha unido Eucaristía, servicio y unción. La Eucaristía, presencia y permanencia del Señor entregándose por nosotros, está inseparablemente unida al servicio y a la unción de los sacerdotes, ungidos para celebrar la Eucaristía y servir. La Eucaristía no se puede celebrar sin humilde mediación sacramental de un sacerdote en quien se hace presente el Señor que se entrega. La Eucaristía no es plenamente acogida si no desencadena un servicio obediente al “haced” y el “id” que el Señor proclama en la Eucaristía. Imperativos imposibles para nuestras menguadas fuerzas si Él no nos hubiera amado primero, “amaos, como yo os he amado”. Por eso, Francisco nos ha invitado a los sacerdotes a dejarnos lavar los pies por el Señor para poder servir a otros. Nos invita a acoger el perdón y a ser cauce incansable y desbordante del perdón del Señor a los demás. Este es el significado de la unción, signo muy querido para Francisco. Así en su primer Jueves Santo como Papa ya dijo: “El óleo precioso que unge la cabeza de Aarón no se queda perfumando su persona, sino que se derrama y alcanza ‘las periferias’. El Señor lo dirá claramente: su unción es para los pobres, para los cautivos, para los enfermos, para los que están tristes y solos… Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo”. El Papa nos invita a la cercanía a todos, en una entrega martirial que sea capaz de atravesar los riesgos, el físico de la pandemia en esta hora, el de la calumnia injusta o consecuencia del cargar con el peso de los pecados de algunos hermanos por su acción delictiva o por la mirada hacia otro lado de otros. Precisamos ser lavados, amados y ungidos, para poder perdonar, amar y servir, incluso a los enemigos. La Eucaristía es central en la vida del sacerdote, es permanente fuente de unción y servicio, de caridad pastoral.
Viernes Santo: Via Crucis
COMENTARIO: En la cárcel, el Señor nos sale al encuentro. Por Sebastià Taltavull. Obispo de Mallorca
En el atardecer del Viernes Santo, el camino de la cruz, aunque áspero y duro, es transitado hoy por infinidad de personas, obligadas unas y voluntarias otras, al paso del Señor clavado en ella. Caminando con Él, hemos visto reflejado su rostro presente en la cárcel, confinado en la búsqueda desesperada de una luz que ilumine la propia vida. La bella austeridad de la plaza de san Pedro completamente vacía y la serena y cercana presencia del papa Francisco, nos introducen en una “vía” en la que nos encontramos con Jesús, el camino de la cruz que será el de la luz. Y la luz ha aparecido. Ha ido más allá de la cárcel y ha llegado a nuestros corazones. “Percibo –dice el primer preso que interviene– que ese Hombre inocente, condenado como yo, vino a buscarme a la cárcel para educarme a la vida”; o la convicción de fe de una chica al decir que “cuando la desesperación toma el control, el Señor nos sale al encuentro”. Me emocioné al recordar lo mismo visitando la cárcel de nuestra isla, cuando un preso me dijo que “había perdido a Jesús y era en esta cárcel donde él me esperaba”. En medio de la soledad de aquel azulado atardecer de Roma, la compañía de María hace decir a una madre, encerrada con su familia, que “solo a ella le puede confiar sus miedos e implorar para ella la misericordia que solo un madre puede experimentar”. “Simón de Cirene es mi compañero de celda –dice otro preso–, el segundo nombre de los voluntarios, y sueño con convertirme en un cireneo de la alegría para alguien”, y ve a Cristo como el que “mira nuestras fragilidades y límites, con ojos llenos de amor”, y con la certeza de que “para gente como nosotros, la esperanza es una obligación”. Padecer acusaciones falsas ha llevado a alguien a sufrir injustamente y a decir “pude tocar con mi mano la acción de Dios en mi vida y, colgado en la cruz, mi sacerdocio se iluminó”. No hay palabras que puedan describir la profundidad del mensaje que este Viernes Santo ha querido transmitirnos el Papa, haciendo que personas privadas de libertad puedan darnos una lección de vida a todos.
Viernes Santo: La pasión del Señor
COMENTARIO: ¡Dios es aliado nuestro, no del virus! Por Ginés García Beltrán. Obispo de Getafe
Como es tradicional en la celebración del Viernes Santo en el Vaticano, hizo la homilía el predicador de la Casa Pontificia, el P. Raniero Cantalamessa. Este año, su predicación nos ha dado un marco muy oportuno para pensar en la pandemia que padecemos y mirar a Cristo desde el sufrimiento que nos estremece. Dicen que todo es según desde donde se mire, la pasión del Señor o la pandemia del COVID-19. Se puede mirar por la causa o por sus efectos. Es justo mirarlo desde sus causas, pero nos ayudará más mirarlo por sus efectos. Así el sufrimiento no será castigo ni maldición, sino causa de salvación. “La cruz de Cristo ha cambiado el sentido del dolor y del sufrimiento humano”, porque Dios mismo ha probado primero el veneno para que nosotros no seamos sus víctimas. De esta situación dolorosa que nos asola tenemos que aprender. Hace falta una mirada que vaya más allá, contemplativa. No podemos desaprovechar esta prueba para seguir igual. Hay dos efectos de la pandemia que nos tienen que hacer pensar. El hombre omnipotente que creía que tenía a la mano lo de “seréis como dioses”, descubre en unas horas que un virus que no se ve tira por tierra su sueño de poder. La pandemia nos ha despertado de nuestro sueño. “Así actúa a veces Dios con nosotros: trastorna nuestros proyectos y nuestra tranquilidad, para salvarnos del abismo que no vemos”. Y positiva es la solidaridad que se despierta en el corazón humano en estos momentos. Ojalá que sea una solidaridad que llegue más allá, hasta pensar y decidir dónde destinamos nuestros bienes, gastarlos en crear vida y no en destrucción y muerte. Dios no quiere el mal, pero sí deja libre al hombre, para que sirva a su plan y no al de los hombres, Y por si alguno no se había dado cuenta, “Dios ‘sufre’, como cada padre y cada madre”.
Sábado Santo: Vigilia Pascual
Pasado el sábado” (Mt 28, 1), las mujeres fueron al sepulcro. Así comenzaba el evangelio de esta vigilia santa, con el sábado. Es el día del Triduo pascual que más descuidamos, ansiosos por pasar de la cruz del viernes al aleluya del domingo. Sin embargo, este año percibimos más que nunca el sábado santo, el día del gran silencio. Nos vemos reflejados en los sentimientos de las mujeres durante aquel día. Como nosotros, tenían en los ojos el drama del sufrimiento, de una tragedia inesperada que se les vino encima demasiado rápido. Vieron la muerte y tenían la muerte en el corazón. Al dolor se unía el miedo. ¿Tendrían también ellas el mismo fin que el Maestro? Y después, la inquietud por el futuro, quedaba todo por reconstruir. La memoria herida, la esperanza sofocada. Para ellas, como para nosotros, era la hora más oscura… (Lee la homilía completa pinchando aquí).
COMENTARIO: Mensajeros de vida. Por Carlos Osoro. Cardenal arzobispo de Madrid
Me ha impresionado escuchar al Papa en esta Semana Santa tan atípica. En un Vaticano cerrado, sin pueblo, por las restricciones del coronavirus, sus palabras han resonado con más fuerza y son aún más luminosas. Releo y releo esta homilía: en ella recordó que las mujeres, que afrontaban su “hora más oscura”, “no se quedaron paralizadas” y “no huyeron de la realidad”, sino que “con la oración y el amor ayudaban a que floreciera la esperanza”. El “¡no tengáis miedo!” que escucharon por la mañana, cuando descubrieron que Jesús no estaba en el sepulcro, lo escuchamos hoy nosotros. Hemos conquistado, en palabras de Francisco, “el derecho a la esperanza; es una esperanza nueva, viva, que viene de Dios”. Como nos recordó, oímos que “todo irá bien”, pero, con los días de confinamiento y el aumento de fallecidos, “hasta la esperanza más intrépida puede evaporarse”. “La esperanza de Jesús es distinta –explicó el Papa–, infunde en el corazón la certeza de que Dios conduce todo hacia el bien, porque incluso hace salir de la tumba la vida”. Como subrayé en la Vigilia Pascual de Madrid, celebrada junto a la Virgen de la Almudena a puerta cerrada, hemos de renovar la certeza profunda de que la vida prevalece sobre la nada, de que el sentido permanece sobre el absurdo, de que la verdad permanece sobre la mentira, de que la justicia está por encima de la injusticia y, sobre todo, de que el amor puede a la violencia. Aunque algunos releguen a Dios, los cristianos debemos reivindicar la visión que Dios nos da de los hombres, convertidos en hermanos, y trasladarla a actos concretos para con ellos. Nos encontramos en un tiempo de testigos, un tiempo de místicos, un tiempo de hombres y mujeres que se entregan al proyecto de Jesucristo con el optimismo que viene de la Resurrección. En palabras del Papa, “¡qué hermoso es ser cristianos que consuelan, que llevan las cargas de los demás, que animan, que son mensajeros de vida en tiempos de muerte!”. Que así sea.
Domingo de Resurrección: Mensaje ‘Urbi et Orbi’
Hoy resuena en todo el mundo el anuncio de la Iglesia: “¡Jesucristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!”. Esta Buena Noticia se ha encendido como una llama nueva en la noche, en la noche de un mundo que enfrentaba ya desafíos cruciales y que ahora se encuentra abrumado por la pandemia, que somete a nuestra gran familia humana a una dura prueba. En esta noche resuena la voz de la Iglesia: “¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!”… (Lee el mensaje completo pinchando aquí).
COMENTARIO: Una humanidad abrumada. Por Juan del río. Arzobispo Castrense.
El mensaje del Papa en esta Pascua de la pandemia del COVID-19 tuvo como escenario la soledad de la basílica vaticana, junto a la tumba de san Pedro. Desde allí hizo un llamamiento a un mundo agobiado por los desafíos cruciales y ahora oprimido por esta epidemia. Ante esa situación propuso “otro contagio”, Cristo Resucitado, que transforma el “mal en bien” y nos da esperanza para vivir. Describió las heridas de la humanidad en estos momentos críticos, conocidas por todos. Y, a la vez, ofreció el bálsamo del reconocimiento y agradecimiento a los médicos, sanitarios, a todos los agentes sociales y fuerzas del orden y militares. Las tinieblas de “nuestra pobre humanidad” se disiparán cuando desaparezcan estas cuatro palabras: indiferencia, egoísmo, división y olvido, por la acción del Resucitado en nuestros corazones. Porque sin unión, no hay salida de esta crisis. Es vital que la Unión Europea no olvide la solidaridad, que es puerta de salvación para ella y para el mundo. Son momentos para que cese la voz de las armas entre las naciones. Y para nunca dar la espalda a los sufrimientos incrustados en muchos pueblos de la humanidad.
COMENTARIO: Paradoja. Por Mariña Ríos. Presidenta de CONFER.
La pandemia que estamos padeciendo ha condicionado el modo de vivir la celebración de la Semana Santa en todos los lugares, también en el Vaticano. Nos impactó ver la plaza y la basílica de san Pedro prácticamente vacías, aunque, al tiempo, estaban llenas de rostros, de personas, de situaciones… No solo de aquellos que siguieron los distintos momentos a través de los medios de comunicación, sino que, de la mano del papa Francisco, entraron todos: los pobres, los reclusos, los que viven en las periferias, los que no tienen hogar, los carentes de alimentos o atención médica, los enfermos, las víctimas que han muerto, el personal sanitario, las familias, los amenazados por la presentida (o ya presente) crisis económica… A diferencia de otros años, donde multitud de fieles participaban en los actos litúrgicos, contemplamos al Papa casi solo, celebrando en la intimidad… y, sin embargo, lo sentimos acompañado y acompañando. A pesar del respeto a la “distancia social”, nos llegó de él cercanía, casi personal, como cuando invitaba a escuchar a Jesús que dice a cada uno: “Ánimo, abre el corazón a mi amor. Sentirás el consuelo de Dios, que te sostiene”, o cuando, en la Vigilia Pascual, nos decía: “Hermana, hermano, aunque en el corazón hayas sepultado la esperanza, no te rindas: Dios es más grande. Ánimo, con Dios nada está perdido”. El confinamiento, sorprendentemente, no ha supuesto cerrar, aislar, celebrar solo “hacia dentro”… sino apertura radical al hoy y al mundo. Apertura que se dice en palabras de honda libertad: este no es el tiempo de la indiferencia; este no es el tiempo del egoísmo; este no es el tiempo de la división; este no es el tiempo del olvido. Al rememorar esta Semana Santa en el Vaticano, al contemplar lo que nos ha regalado el papa Francisco, con sus gestos y palabras, me brotaba la palabra “paradoja”, y me hacía pensar que también la Buena Noticia de Jesús se expresa en distintos momentos del evangelio como paradoja, hondamente humana y vital, pero sorprendente y cierta: perder la vida para ganarla, el mayor es el que sirve, los últimos serán los primeros…
COMENTARIO: Bregar en la noche. Por Antonio Gómez Cantero. Obispo de Teruel y Albarracín
Cuando vi esta imagen se me quedó grabada en la retina. En esta noche del Viernes Santo, la plaza de San Pedro estaba empapada de soledad y de silencio. Hasta en su iluminación me pareció una barcaza navegando ante una densa niebla en medio de una noche oscura. Bajo la tribuna, como el capitán en su puesto de mando, Francisco, el sucesor del Pescador. He leído que nunca estuvo más habitada la plaza, porque una multitud incontable seguía aquel momento del vía crucis y la soledad casi desgarradora de un Papa. Escribí aquella noche que la impotencia y el sufrimiento humano se describen en la Biblia bajo la imagen de las tinieblas, la oscuridad, la noche de Jacob, la hendidura en la roca de Moisés, la cueva de Elías, la agonía en Getsemaní… Las lamparillas marcaban el camino de la cruz en la humedad de la noche. Pero la primera palabra y el primer deseo de Dios es ¡hágase la Luz! Las pequeñas luces, que nos iluminan algunas veces, nos marcan el único y empinado camino posible para la Resurrección. Y siempre al amanecer, porque no podía ser de otra manera, la voz del Señor: ¿Habéis pescado algo? Soy un amante de la belleza en el arte, pero observando la imagen de la plaza, con la fachada palaciega de la basílica (con las piedras no hay irreverencia), me parecía más un petrolero que la barca de un pescador. Una sensación, quizás, de vacío y de tinieblas. Estos días de aislamiento, en lugar de rezar solo para curarnos, he suplicado más sobre qué debemos hacer a partir de ahora. Nos creemos pescadores profesionales, pero hemos bregado toda la noche y no hemos pescado nada. ¿No nos pedirá el Señor que echemos la red al lado contrario del que la rutina y un buen hacer nos habían acostumbrado? Otra vez la conversión. Desde la balaustrada, nos contempla la comunión de los santos, aquellos que, a pesar de las dificultades de la noche, sí pescaron porque escucharon su voz. Luego, en la orilla, nos espera el Señor en la simplicidad de unas brasas y el alimento que nos salva. ¿Y si esto es imagen de la vida eterna, como ha de ser la terrena?