Pliego
Portadilla del Pliego, nº 3.366
Nº 3.366

Repensar la vida eterna a partir de Laudato si’

La encíclica Laudato si’ sigue siendo una fuente de inspiración inagotable. Desde las herramientas de análisis socioambiental a la espiritualidad de la ecología integral, pasando por las líneas de orientación y acción, sus intuiciones y propuestas cobran cada día una actualidad más destacada.



Uno de esos aspectos, sin duda, es la línea transversal en torno a la relación que une todo con todo. “Todo está conectado” y “todo está relacionado” son expresiones que se repiten constantemente. En particular, el papa Francisco insiste en el hecho de que los seres humanos estamos íntimamente unidos con todas las criaturas y con toda la creación. De hecho, es de esta experiencia de profunda comunión de donde surge la raíz de una relación respetuosa con todo y con todos: “Si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo” (n. 11).

Oración por la Tierra

Este sentimiento de profunda unidad se prolonga hasta el fin de los tiempos, como expresa Francisco en la ‘Oración por nuestra Tierra’ al final de la encíclica: “Enséñanos a descubrir el valor de cada cosa, a contemplar admirados, a reconocer que estamos profundamente unidos con todas las criaturas en nuestro camino hacia tu luz infinita”.

Tiene sentido. Si todas las criaturas estamos íntimamente unidas en este momento presente, también lo estaremos en todo momento futuro, incluido el final de los tiempos: “Al final nos encontraremos cara a cara frente a la infinita belleza de Dios y podremos leer con feliz admiración el misterio del universo, que participará con nosotros de la plenitud sin fin”. “La vida eterna será un asombro compartido, donde cada criatura, luminosamente transformada, ocupará su lugar” (n. 243).

Cada criatura, su lugar

¿Cada criatura ocupará su lugar? ¿Todas y cada una de las criaturas que han existido, existen y existirán? ¿También los seres más insignificantes, que apenas viven unos segundos y que en esa vida efímera son objeto del amor del Padre que los rodea con su cariño (n. 77)? ¿Cómo será eso de que cada criatura, luminosamente transformada, ocupará su lugar? ¿Somos capaces de imaginar un “cielo” en el que vivirán para siempre todas y cada una de las criaturas que han existido y vivirán hasta el final de los tiempos? Trillones de trillones de seres unicelulares y pluricelulares, animales y vegetales (¿y por qué no incluir también las criaturas minerales, la materia inanimada también creada por Dios?)…

Al pensar en la “vida eterna”, los cristianos participamos de un imaginario en el que se nos presenta un “lugar” donde viviremos para siempre con Dios algunos seres humanos, ni siquiera todos (¿también estarán “luminosamente transformadas” las criaturas humanas eternamente condenadas en el infierno?). Pues bien, la encíclica ‘Laudato si’’ nos invita a superar este imaginario y a repensar la idea que tenemos de “vida eterna” a la luz de estas nuevas claves. Es lo que vamos a intentar ‒siquiera balbucientemente‒ en este Pliego.

Más preguntas que respuestas

El punto de partida suscita más preguntas que respuestas. En la búsqueda de respuestas satisfactorias, conviene tener presente tres iluminaciones que nos llegan de la ciencia.

La primera, y así lo recoge ‘Laudato si’’, es que “todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde” (n. 89). En el nivel biológico, toda la vida que conocemos está sostenida por los mismos aminoácidos esenciales. Además, sabemos que no existe ningún ser vivo que pueda mantenerse con vida aislado de su entorno. Los seres vivientes necesitamos relacionarnos con el medio en el que vivimos y con otros seres vivos, de los que obtenemos alimento y satisfacción de otras necesidades. El entorno nos proporciona lo que necesitamos para vivir y absorbe los residuos que generamos. Todo en un maravilloso equilibrio (cada vez más inestable debido, como sabemos, a la acción humana).

Ajuste equilibrado

Si descendemos al nivel atómico y subatómico, lo que observan los científicos es que también en esos niveles todo está intrínsecamente conectado en un “ajuste fino” asombrosamente equilibrado de fuerzas nucleares y electromagnéticas. De hecho, la materia es algo que se escapa de las manos, pues cuanto más nos adentramos en su esencia, descubrimos que está sostenida por energía vibrante en relación. ¡La materia está formada por energía en relación! La relación parece ser así la base constitutiva del universo material.

Y en el nivel astronómico, también todo está conectado. Las fuerzas gravitatorias mantienen en equilibrio dinámico los sistemas solares, las estrellas al interior de las galaxias y seguramente también las galaxias entre sí. Si como por arte de magia desapareciera de repente un planeta, una estrella o una galaxia, el resto tendría que acomodarse a la situación generada por ese vacío y llegar a un nuevo equilibrio dinámico en el que todas las masas del universo volvieran a su armoniosa danza cósmica.

Familia universal

“Todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal”. Todos los seres, los animados y los inanimados, los microscópicos y los astronómicos. Lo que le suceda a uno afecta al resto. No podemos pensar en un destino del universo en el que algunas criaturas se queden al margen. Si Dios ama con ternura a todas y cada una de sus criaturas, ¿cómo seguir pensando en que esté preparando una morada eterna solo para la especie humana?

La segunda iluminación que nos llega de la ciencia es el tamaño del universo y el inabarcable número de estrellas que hay en él. Se calcula que pueden existir cien mil millones de galaxias. La nuestra, la que llamamos Vía Láctea, que es de tamaño medio, tiene aproximadamente trescientos mil millones de estrellas. Si todas las galaxias del universo tuvieran el tamaño de la nuestra, la multiplicación arrojaría un número total de estrellas de 22 cifras. ¿Podemos siquiera concebir una magnitud semejante?

Cortedad de miras

Ciertamente no todas las estrellas tendrán planetas. Y, de esas, no todas tendrán planetas con condiciones óptimas para albergar vida. Pero la magnitud total es de tal envergadura que no podemos sino concluir que, muy probablemente, en el universo hay millones de planetas como el nuestro, con capacidad para generar y desarrollar vida inteligente y amorosa, desplegada en una multitud inimaginable de especies. A la luz de esta constatación, pensar en un final de los tiempos exclusivamente para los seres humanos del planeta Tierra supone una cortedad de miras que hoy debemos superar.

Y la tercera iluminación es que el universo se encuentra en permanente evolución. La tradición bíblica narra que “así quedaron concluidos el cielo, la tierra y todo el universo. Y habiendo concluido el día séptimo la obra que había hecho, [Dios] descansó el día séptimo de toda la obra que había hecho” (Gn 2, 1-2). Sin embargo, la ciencia confirma hoy que el universo en absoluto está concluido, que lleva unos 13.700 millones de años evolucionando y que ese proceso continúa y continuará en adelante, todavía unos cuantos miles de millones de años más. (…)

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Índice del Pliego

TRES ILUMINACIONES

LA PREGUNTA DECISIVA

EL SER Y LA FORMA DE SER

¿QUÉ ES ESO QUE SOMOS?

MEDITAR, DESVIVIRSE, MORIR

CONCLUSIÓN, SIEMPRE PROVISIONAL

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