1. ¿Qué es un doctor de la Iglesia?
En primer lugar, conviene precisar qué se entiende por doctor o doctora de la Iglesia. Benedicto XIV, en el siglo XVIII, apoyado en una tradición secular, fijó el estatuto de doctor, concretándolo en tres requisitos: santidad de vida, doctrina eminente y reconocimiento por parte de la institución eclesial.
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2. ¿Cuántos doctores hay?
El título de doctor es uno de los que menciona san Pablo (1 Cor 12, 28) cuando habla de los distintos ministerios y carismas que hay en la Iglesia primitiva. Muchos siglos después, en 1295, el papa Bonifacio VIII concedió el título de doctores a cuatro Padres de la Iglesia occidental: Agustín, Ambrosio, Gregorio y Jerónimo. Era la primera vez que se hacía una declaración así. Tras el Concilio de Trento (1545-1563), buscando un acercamiento a la Iglesia de Oriente, fueron también declarados doctores cuatro Padres orientales: Atanasio, Basilio, Gregorio Nacianceno y Juan Crisóstomo. La práctica de la declaración de doctor se fue repitiendo a lo largo de la historia, hasta alcanzar la cifra de 36 santos doctores que hay en la actualidad. El último lo ha nombrado el papa Francisco en 2015: Gregorio de Narek.
3. Las doctoras
Dentro de ese grupo de 36 doctores, solo una novena parte (cuatro) son mujeres. Todas, declaradas oficialmente cuando ya llevábamos veinte siglos de cristianismo: Hildegarda de Bingen (1098-1179), Teresita de Lisieux (1873-1897), Catalina de Siena (1347-1380) y Teresa de Jesús (1515-1582).
4. Algunos hitos históricos
5. ¿Qué aprendemos de esta doctora?
Con el doctorado, la Iglesia reconoce en Teresa a una maestra. Considera que puede enseñar a todos, sin excepción, y que su enseñanza está en conformidad con la verdad que propone la Iglesia. La tiene por “madre y maestra de personas espirituales”, como expresó Pablo VI.
6. Un camino abierto: la mujer en la Iglesia
En cierta ocasión, pensando Teresa en las palabras de san Pablo sobre el encerramiento de las mujeres, comprendió que Dios le decía: “Diles que no se sigan por sola una parte de la Escritura, que miren otras, y que si podrán por ventura atarme las manos”. Y así lo dejó escrito en una Cuenta de conciencia.