El primer y más importante desafío del cristianismo ha sido siempre, y seguirá siéndolo, comunicar el Evangelio tal y como lo hizo Jesús. El reto de la transmisión de la fe equivale a pasar a las siguientes generaciones una tradición de humanidad: la humanidad de Jesús.
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La Iglesia naciente reconoció en el Nazareno un ser plenamente Dios y plenamente hombre, y lo comunicó a las siguientes generaciones para que, al igual que los primeros discípulos(as), pudieran hacer una experiencia análoga a la de Jesús, cuya unión perfecta con su Padre le hizo más humano que cualquiera. La Tradición (con “mayúscula”) es esta misma Iglesia, es el cristianismo, es el camino de una multitud de personas y pueblos que ha ido a lo largo de la historia anunciando que Dios, el Creador, ama su creación y que, ya desde ahora, la realizará gracias a su inmenso amor.
Es triste, por eso mismo, la profunda crisis que afecta a la evangelización en el Occidente durante siglos cristiano. Si se trata de replantear el cristianismo en estos territorios, es preciso revisar muchos asuntos. En esta oportunidad lo haremos estableciendo una distinción entre la Tradición y el tradicionalismo.
Liberar lastre
Para que la Tradición cristiana pase a las siguientes generaciones, se necesita liberarla de elementos que tal vez fueron válidos en el pasado, pero que hoy constituyen un lastre. Lamentablemente, expresiones como “Cristo sí, la Iglesia no” o “Jesús sí, pero el Hijo de Dios encarnado no”, propias de muchos cristianos, tienen su origen en una percepción equivocada de los evangelios que los primeros cristianos escribieron para conservar el recuerdo del Maestro.
Por cierto, Tradición y tradicionalismo son dos fenómenos que no se pueden separar del todo. Este anida en aquella. No se los puede contraponer como si no tuvieran nada que ver entre ellos. Se los debe distinguir, porque están intrínsecamente relacionados.
Sin embargo, son antónimos. Son teóricamente antónimos, pero en la práctica el cristianismo vive en la ambigüedad, la equivocidad, el sincretismo, y depende de la paciencia de Dios, que hace avanzar a los cristianos(as) que van lentos junto con los que van más rápido. La Tradición debe renovarse. Para que esto suceda, se requiere, empero, cierta tolerancia con el tradicionalismo, pues nadie está completamente libre de él.
Un mismo desafío
La Tradición y las diversas expresiones de tradicionalismo quieren responder a un mismo desafío: transmitir el Evangelio. El problema es que lo intentan de modos excluyentes. Los defensores de la Tradición ven en el tradicionalismo el peligro de petrificar el Evangelio; los del tradicionalismo, en cambio, como la amenaza de la disolución del mismo. El tradicionalismo no puede ser despreciado por completo, ya que constituye un contrapeso a esta posibilidad, pero no es una alternativa auténtica, sino engañosa.
Cabe la posibilidad de invocar la Tradición para interpretar de un modo retrógrado el Evangelio. La Tradición es útil para desenmascarar la pretensión de verdad del tradicionalismo. Es el antídoto contra el reclamo “herético” de la ortodoxia.
Experiencias acumuladas
La Tradición, antes que un cúmulo de “verdades” a preservar a lo largo de los siglos, es la acumulación de experiencias auténticas de Dios transmitidas en el seno del Pueblo de Dios peregrino en la historia, que a su vez sirven para discernir la ortodoxia de nuevas experiencias. La Tradición tampoco es un mero cúmulo de saberes teóricos y prácticos. Son también obras de arte, liturgias, cementerios, bailes, tradiciones religiosas, iglesias y edificaciones.
Al igual que la Tradición, el tradicionalismo religioso se entrevera con asuntos culturales, sociales y psicológicos. También en estos ámbitos se dan tradicionalismos.
Miedo a los cambios
Desde un punto de vista psicológico, el tradicionalismo es muy comprensible. Dado que no todo lo nuevo es bueno, el miedo a los cambios es muy justificable. Luego, si la Iglesia modifica su enseñanza o sus prácticas, muchos católicos(as) pueden inquietarse. Ellos(as) esperan de la Iglesia, entre otras cosas, una seguridad. Por ejemplo, hubo personas que se confundieron cuando “se cambió” el Padre nuestro. Antes se decía “perdónanos nuestras deudas”; ahora, “nuestras ofensas”.
¿Fue bueno este cambio? Otro ejemplo: puesto que las comunidades ofrecen reconocimiento entre personas que comparten los mismos valores, si estos cambian, la pertenencia al grupo es puesta entre paréntesis. La fidelidad a la identidad del grupo es fundamental. Es legítimo exigir que no cambie. Sin embargo, los miedos no pueden impedir hacer los cambios que se ve que son necesarios.
Reacción conservadora
También se da un tradicionalismo socio-político. El más famoso de los tiempos modernos ha sido la reacción conservadora a la Revolución francesa. El surgimiento de las repúblicas y la democracia fueron deplorados por los sectores monárquicos. Hasta hoy, la transición a la división del Estado en instituciones políticas (ejecutivas), legislativas y judiciales no está asegurada.
El tradicionalismo también puede aliarse con movilizaciones revolucionarias conservadoras. En América Latina se dieron varias dictaduras promovidas por sectores de derecha extrema que nunca han creído bastante en la democracia como sistema político y en el respeto a los derechos humanos que es inherente a esta forma de gobierno.
Existe incluso un tradicionalismo cultural. En el campo del género, por ejemplo, se producen resistencias que se han revelado insostenibles. (…)
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Índice del Pliego
TRADICIONALISMO
Un fenómeno humano
Versiones del tradicionalismo católico
- Tradicionalismo litúrgico
- Tradicionalismo exegético
- Tradicionalismo moral
- Tradicionalismo teológico
- Tradicionalismo pastoral
Condena del tradicionalismo
LA TRADICIÓN
Origen de la verdad cristiana
El desafío hermenéutico
“Lugares teológicos”
El reto evangelizador contemporáneo