Quisiera comenzar estas páginas recogiendo la oración del papa Francisco en su última encíclica, ‘Dilexit nos’ (24 de octubre de 2024), invitando al lector a hacerla suya: “Pido al Señor Jesucristo que de su Corazón santo broten para todos nosotros esos ríos de agua viva que sanen las heridas que nos causamos, que fortalezcan la capacidad de amar y de servir, que nos impulsen para que aprendamos a caminar juntos hacia un mundo justo, solidario y fraterno. Eso será hasta que celebremos felizmente unidos el banquete del Reino celestial. Allí estará Cristo resucitado, armonizando todas nuestras diferencias con la luz que brota incesantemente de su Corazón abierto. Bendito sea” (DN 220).
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A partir de este texto con el que el Papa concluye su escrito, queremos acercarnos al corazón que nos habita y, siguiendo la estela de la encíclica, apreciar la cercanía del Corazón de Jesús que nos reclama con su amor desmedido.
En la película ‘Her’ (2013), dirigida por Spike Jonze, se nos cuenta la historia, en un futuro próximo (el año 2025, precisamente), de un hombre sumido en una crisis matrimonial, llamado Theodore (Joaquin Phoenix), a las puertas del divorcio con su mujer, Catherine, que, abatido por la soledad en que malvive, decide empezar una relación con un programa informático basado en la inteligencia artificial (IA) que es capaz de escucharle, entenderle y conocerle, y que toma el nombre de Samantha.
‘Ella’ tiene nombre, voz humana y personalidad propia nutrida de informes recabados de internet, y va ocupando cada vez mayor peso en los sentimientos y en la vida del protagonista. Es increíblemente inteligente, también siente, y es capaz de amarle, pero Samantha existe para expansionarse y su “corazón” artificial crece a medida que conoce a otros usuarios, ¡está enamorada de más de 600 personas a la vez y mantiene relaciones con más de 8.000!
Enfermedades de hoy
La película refleja algunas de las enfermedades de nuestro tiempo, enfermedades del alma, el poder de los algoritmos y la tecnología que lo invade todo, hasta el círculo de la intimidad más personal. ¿Se puede comprar el afecto, se puede programar, se puede colmar el corazón con un amor artificial? De ello habla el Papa en ‘Dilexit nos’ y nos plantea, en este mundo enfebrecido por la necesidad de lo novedoso y el consumo alocado, si en verdad tenemos corazón.
El drama último que refleja la película es la soledad, el vacío de quien vive aislado, sin relaciones cordiales, según el doble significado del adjetivo “cordial” en el Diccionario de la RAE, que es aquello “que tiene virtud para fortalecer el corazón”, y también lo “afectuoso”, vinculado al corazón. Son las relaciones cordiales las que nos rescatan de un sinsentido agotador.
Pensar el corazón nos dirige al interior, al sentir humano y al sentir de Dios, al pensamiento y a la decisión, a la actuación concreta que se origina en lo hondo del ser, porque la mano se mueve desde lo que hay dentro de nosotros, y la mirada se fija donde el corazón quiere. Ya en el origen, Dios piensa y entiende que “no es bueno que el hombre esté solo” (Gn 2, 18) y crea nueva vida para él, para que descubra que existe para la complementariedad y la fecundidad que surgen del amor, que es la razón de tener corazón.
Regreso a la humanidad
Al final de ‘Her’, el protagonista vuelve al trato con su mujer con una carta con la que se cierra la película. Escribe a otro ser humano, alguien real, con el ánimo de reparar el daño que se han hecho, haciendo memoria del amor compartido y de su fecundidad pese al fracaso, de su mutuo pertenecerse sin poseerse, y pide perdón a la que, pese a la ruptura, considera su amiga. Esa es la riqueza que alberga en su interior, la fuerza de una relación que, aunque de un modo diverso, sustenta su vida con amor. Toda la película es un regreso a la humanidad que es, al corazón que anhela, llevado por la necesidad de comunicarse y de reconciliarse consigo mismo y con otra persona a la que quiere.
‘Dilexit nos’ es también un camino de regreso a la humanidad original, pensada y querida en el corazón de Dios, cuerpo, alma y corazón; personas con una sede vital que nos unifica, donde permanece la huella de Dios y donde residen los afectos, pensamientos, recuerdos, razones, emociones, elecciones, y tanto que nos va configurando en lo que somos; allí donde se originan rupturas y reconciliaciones, donde se contienen los impulsos, donde se juega uno la vida en los pasos que va dando desde él. ‘Dilexit nos’ son preguntas: ¿tenemos corazón?, ¿a quién damos nuestro corazón?, ¿qué anhelamos allí?, ¿qué necesita?
Un canto y un reclamo
La encíclica es un canto al corazón: al Corazón de Dios, encarnado en Jesús, cuyo Corazón es expresión del amor infinito de la Trinidad divina hacia nosotros y de su cercanía radical, encarnado y resucitado; y al corazón del ser humano. Corazones ambos anhelantes de amor, porque ambos sienten, y ambos están llamados a encontrarse; y ‘Dilexit nos’ es un reclamo a ser lo que somos, humanos, carne y alma, unificados en un lugar de lo hondo de nuestro ser, el corazón donde somos habitados.
De pequeños, como ha sido común en tantos lugares a lo largo de la historia, muchos de los niños de nuestro tiempo aprendimos a rezar de nuestros mayores. Rezábamos pidiendo tener un buen viaje, por la recuperación de un familiar o por el éxito en un examen, y nuestros rezos jalonaban aquellos sucesos de peso de la infancia y la adolescencia en los años 80, cuando crecíamos envueltos en las expectativas desbordadas de la democracia naciente al son de la movida madrileña, con Radio Futura y Mecano, y Serrat y tantos otros, y con el ‘Credo’ de Elsa Baeza en la misa del domingo. Rezos que en casa nuestra madre terminaba con la jaculatoria al Sagrado Corazón de Jesús, al que nos confiábamos todos a una como lo más natural.
Orar en silencio
En la soledad de la adolescencia, entre incertidumbres, inseguridades y deseos que bullían sin pedir permiso, para el que escribe, comenzaba el camino del que se abre a ese Dios que le ha sido presentado pero que conoce, como Job, más de oídas que otra cosa. En el hogar de la niñez, en el secreto de la habitación, los pies de un Cristo colgado de una cruz sobre la cama se convirtieron en un lugar habitual donde orar; mirar arriba al Crucificado, que poseía misteriosamente vida, era un recurso muy a mano para serenar el corazón. Con él se podía hablar de todo, sobre todo se estaba en silencio con él.
En aquel diálogo íntimo, uno iba entendiendo, sobrellevado por aquellos silencios cargados de sentido, que muy a menudo lo que se deseaba ardientemente no era lo que se iba a vivir, por más empeño que se pusiera en ello. Es una experiencia común para el que ora descubrir, no sin dolor, que la fe no da ventajas en el juego de la vida, por más que se lo pidamos a Dios, sino que nos abre a lo que en verdad necesitamos en lo hondo, donde Dios se hace escuchar. (…)
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Índice del Pliego
1. UNA ORACIÓN
2. UN FUTURO NO TAN LEJANO
3. NECESITAMOS LO QUE NO QUEREMOS
4. QUERER ‘QUERER’
5. QUIERE LO QUE DIOS QUIERE
6. FORJAR PRESENTE… ESPERANDO FUTURO
7. MÁS QUE PALABRAS
8. SOLO UNA PALABRA: ‘HÁGASE’
9. SABER QUE NO SABEMOS PARA CRECER
10. LA HORA DE SOÑAR, LA HORA DE CREER
11. LA FUENTE