Sin esperarlo, un pequeño virus ha removido todo nuestro mundo. Una pandemia que afecta al mundo globalizado y estremece hasta sus pilares, haciendo que vayan cayendo, una a una, las seguridades, prepotencias y preocupaciones superficiales, alterando por completo la vida en todos sus niveles y dejando tras de sí miedo e incertidumbre, pobreza y exclusión, sufrimiento y muerte. Aunque también ha removido corazones, generando un manantial de generosidad, solidaridad y fraternidad, que nos une, como sociedad, frente al sufrimiento compartido y la muerte de muchos vulnerables.
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En un sistema injusto y desigual, carente de sentido de fraternidad, en el que se crean situaciones de fragilidad por la precariedad y la desigualdad social, lo peor que podría ocurrir era una nueva crisis. El VIII Informe FOESSA, en contexto de crecimiento económico, señalaba que alrededor de 8,5 millones de personas estaban en situación de exclusión social en nuestro país, de los cuales 6,7 millones llevaban más de diez años a la intemperie pidiendo ayuda, la “sociedad estancada”, y 1,2 millones vivían en la supervivencia pura y dura, “la sociedad expulsada”. Además, otros seis millones temían que la próxima sacudida se los podría llevar por delante, la “sociedad insegura”.
Y esta situación se agudiza con una crisis en forma de pandemia de graves consecuencias sociales y económicas, especialmente entre los más vulnerables. Su impacto ha sido demoledor y también, una vez más, entre las personas en situación de desventaja social: mayores, enfermos, personas sin hogar, migrantes, refugiados, familias vulnerables, dependientes, reclusos, empleadas del hogar… El coronavirus es una enfermedad contagiosa que se asocia con la pobreza.
El aumento de personas solicitantes de ayudas para “comer” es un signo evidente de la gran desigualdad instalada en nuestra sociedad. La paralización de la economía ha provocado una rápida subida del desempleo: 2,5 puntos entre febrero y abril, que en la población acompañada por Cáritas ha sido de 20 puntos. Un incremento ocho veces superior entre la población más vulnerable que en la población en general, situando la tasa de paro en el 73%.
La desprotección de las familias más vulnerables está agravándose. Y aunque el Estado está invirtiendo importantes recursos de apoyo (los ERTE o el ingreso mínimo vital), no llegan a cubrir la protección de las familias con mayor fragilidad, que o bien no trabajan, o lo hacen en la economía informal. Tres de cada diez hogares no disponen de ningún ingreso; aproximadamente 450.000 personas que residen en hogares acompañados por Cáritas no ingresan en estos momentos ni un solo euro.
En cuanto a la vivienda, nos sitúa más cerca de una emergencia habitacional. Más de 700.000 personas acompañadas por Cáritas, residen en hogares que no disponen de recursos para hacer frente a los gastos de la vivienda, y una de cada cuatro familias (24%) puede verse obligada a abandonarla, ya sea por desahucio o para buscar una vivienda con costes aún más reducidos.
También aumenta la brecha educativa en niños y jóvenes que viven en hogares en situación de exclusión social. Más de 200.000 personas que residen en el 14% de los hogares acompañados por Cáritas no cuentan con conexión a Internet.
Entre los más golpeados por la crisis, hemos de contar también a los países más empobrecidos. En contextos donde ya existían crisis humanitarias por conflictos, o de fuerte inseguridad alimentaria, y violación sistemática y sistémica de los derechos humanos, la crisis del COVID-19 está ocasionando un fuerte y rápido retroceso del desarrollo. Especialmente dramática está siendo la situación de los pueblos indígenas en la Amazonía –como denuncia la Red Eclesial Panamazónica (REPAM)–, donde al coronavirus se suman, haciendo de efecto multiplicador, varios factores: intereses económicos empresariales, que fomentan incendios y siembras de transgénicos, el narcotráfico y el abandono de los Estados.
El papa Francisco y nuestros obispos, con un oído puesto en el clamor de los sufrientes y otro en el Evangelio, nos ofrecen luces para comprender y leer, desde la fe, lo que está suponiendo esta pandemia. Sus aportaciones tienen dos objetivos: ofrecer claves y directrices para reconstruir ese mundo mejor, que podría nacer de esta crisis, y alentar la esperanza en medio de tanto dolor; una esperanza que brota de la fe, porque “con Dios la vida nunca muere”.
Esta pandemia ha puesto en evidencia la propia fragilidad humana y los riesgos sociales a los que nos veníamos enfrentando, como la desigualdad social, la debilidad democrática y participativa, y los que provienen de los problemas demográficos. Nos parecía estar a salvo de todo, gracias a los medios económicos y tecnológicos, pero, de pronto, llegó el virus y nos sacó de la ilusión de ser “dioses”, instalándonos en el principio de realidad: somos vulnerables, necesitados unos de otros para ser personas en plenitud. “Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente”. Reconocerlo podría ser un punto de partida para abonar un cambio significativo en nuestra forma de entender y enfocar la vida.
¿Y dónde está Dios en medio de esta tempestad global? Él se hace presente, no castigando con una pandemia, sino sufriéndola con nosotros y siendo fuerza transformadora para la vida6. En su resurrección, Jesús sale al encuentro de la humanidad para resucitarla y transformar su luto en alegría (cf. Mt 28, 9). Esa es la fuente de esperanza, que anima y motiva el compromiso en favor de los sufrientes. La resurrección de Jesús nos abre a la recreación y a la novedad de la vida, llamando a recomenzar y reconstruir, con la fuerza del Espíritu Santo.
Como creyentes, hemos de preguntarnos: ¿qué nos dice Dios en este momento de la historia? ¿A qué nos está llamando? ¿Qué lectura hacemos de este signo de los tiempos? ¿Qué cambios, personales, sociales y eclesiales, hemos de hacer para relacionarnos con la Casa común, con los otros y con Dios de una manera más humana y cristiana? Como dice el Papa, “urge discernir y encontrar el pulso del Espíritu para impulsar, junto a otros, las dinámicas que puedan testimoniar y canalizar la vida nueva que el Señor quiere generar en este momento concreto de la historia”. Ha llegado el momento de prepararse para un cambio fundamental en el mundo post-COVID-19.
Índice del Pliego
INTRODUCCIÓN
I. LOS POBRES Y VULNERABLES, LOS MÁS GOLPEADOS POR LA CRISIS (COMO SIEMPRE)
II. CON MIRADA DE FE, CORAZÓN AFECTADO Y ESPERANZA ENCARNADA
- Vulnerabilidad e interdependencia
- Necesidad de un cambio social
- Tiempo de compromiso y esperanza
III. CONSTRUYENDO EL MAÑANA: RETOS Y DESAFÍOS
- La conversión para reconstruir la vida interior
- Apoyo y acompañamiento a las personas y familias más vulnerables
- Promoción de un empleo digno dentro de un modelo de economía solidaria
- Incidir en políticas públicas y medidas redistributivas
- Concienciación y educación para una ciudadanía corresponsable
- Configuración de la sociedad de los cuidados
- Caminar hacia una ecología integral
- La cultura del encuentro en un mundo de rupturas y desencuentros
- Impulsar la cooperación fraterna
- Fortalecimiento de la animación comunitaria y acompañamiento de los agentes
CONCLUSIÓN