Este Pliego pretende ser una invitación a quienes desean vivir una “vocación dentro de su vocación”. Se trata de un itinerario para el comunicador católico o discípulo comunicador –como le llamaremos en esta reflexión–, que es luz en la oscuridad, porque transmite la Buena Noticia. No ilumina con luz propia, porque no pertenece al star system cotidiano, que piensa en brillar por sí mismo; más bien, es como un faro, a veces tenue pero constante, que ilumina porque se consume por amor al Señor, y porque ha recibido el primer destello de luz en el encuentro personal con Cristo.
Así, será fácil entender que la comunicación en la Iglesia no está relacionada con los instrumentos, sino que se trata de una experiencia profunda de conocimiento y unión con la realidad divina, que implica una práctica seria de contemplación y de ascesis (intimidad con Cristo), y que produce, como signo de autenticidad1, un amor más generoso hacia los demás.
Nuestra reflexión empieza recordando la presencia sacramental de Cristo en su Iglesia, comunidad que vive y celebra su fe, para anunciarla al mundo con su testimonio; anuncio que ha de ser “verdadero, bueno y bello”, y caracterizado por la proximidad. Esta comunicación no será fruto del activismo, sino más bien de una mística que nace de la oración y el silencio, fortaleciendo y enriqueciendo la vocación del discípulo comunicador. (…)
De manera especial, en el ámbito de la comunicación eclesial, también existen los destellos pasajeros y los juguetes rotos que sucumben a la tentación del “divismo” y usan la pastoral de la comunicación de manera autorreferencial: vanidad que nos aleja de Dios y que nos hace ridículos, para usar la frase del papa Francisco expresada en un tuit del 31 de octubre pasado. Se trata de situaciones que instrumentalizan la misión cristiana y se relacionan con la comunidad con las categorías del star system, como cuando nos encontramos con “pastores a la moda”, comunicadores o agentes de pastoral llenos de sí mismos y en busca de la celebridad, pero incapaces de dialogar, aceptar críticas o confrontarse.
Ante este peligro de “espectacularizar” la fe, es urgente y necesario interrogarse interiormente, para discernir sobre la esencia de la misión del comunicador: ¿por qué se hacen espectáculos de fe? ¿Cuál es la verdadera motivación del “divismo religioso”: Cristo, la fama, el dinero?
Pensemos en tantos consagrados y misioneros que iluminaron con la luz de Cristo, gastando y consumiendo sus vidas, como una candela que arde con sencillez durante la noche; es una imagen opuesta a quien quiere iluminar pensando que la luz se origina en su propia atracción irresistible. Hemos de tener siempre presente que, solo gracias a la fe, la propia pobreza se transforma en lugar luminoso de encuentro con el Señor, donde experimentamos su misericordia y de donde obtenemos la fuerza para testimoniarlo en lo cotidiano, incluso en medio de una realidad contraria a la propia fe. En este sentido, es importante que los comunicadores católicos no sean constructores de catedrales en el desierto, sino que mantengan vínculos con una comunidad de referencia y con su pastor, que en un momento de duda puedan entrar en diálogo constructivo y hablar con sinceridad para reconducir el camino.
Si logramos iluminar a nuestros hermanos, es para que ellos “glorifiquen al Padre que está en los cielos” (cf. Mt 5, 16), y esto no podríamos hacerlo con nuestra propia luz.
Índice del Pliego
- Presencia sacramental del Señor
- Anunciar a Cristo con verdad, bondad y belleza
- Comunicación como proximidad
- Para hablar de Dios, primero es necesario hablar con Dios
- ¿Iluminar o brillar? La tensión de ser comunicador
- Faros en la oscuridad del mundo
- Conclusión