Nicea no es solo un hecho del pasado, sino un acontecimiento que tiene una herencia, un legado, que sigue siendo determinante para la fe cristiana. Se trata del primer concilio ecuménico que impone como dogma una interpretación del contenido del objeto primario y central de la fe que es el misterio de Dios. Los domingos en la eucaristía los cristianos seguimos rezando, confesando y cantando el Símbolo de la fe inspirado en este concilio. Él es la guía para creer, pensar y hablar bien de Dios, del Dios de Jesucristo que por nosotros y por nuestra salvación se encarnó y nos entregó su Espíritu. La celebración del 1.700º aniversario de Nicea es un signo concreto de la necesidad del hecho de la recepción como realidad esencial de la vida de la Iglesia. Al cantar hoy a la gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu en la profesión del Símbolo, estamos uniéndonos a la Iglesia como comunión a lo largo del tiempo (diacronía) y en la actualidad (sincronía).