Este 13 de julio hace exactamente mil años que murió una de las figuras más descollantes de la Edad Media: Enrique II, el Santo, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, cuya corta vida dejó una honda huella en la política, la espiritualidad y el arte. Junto a su esposa, la emperatriz Cunegunda de Luxemburgo, alcanzó el honor de ser la única pareja real canonizada por la Iglesia, un matrimonio ejemplar, admirado en su tiempo y reconocido por su santidad en los siglos posteriores. Conscientes de las obligaciones que les imponía su sobresaliente posición, supieron mantenerse firmes en la fe, afincados en la esperanza y con infinidad de muestras de amor, adoptando siempre una actitud de moderación y temor de Dios, de tal modo que su permanente virtud salió victoriosa. Aunque hoy no son honrados como merecen, la ciudad de Bamberga sigue manteniendo especial veneración por su legado y le dedica homenajes sin cuento.