Esta obra de Dietrich Bonhoeffer (Desclée De Brouwer, 2010) es recensionada por José Luis Celada.
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Los Salmos. El libro de oración de la Biblia. Una introducción
Autor: Dietrich Bonhoeffer
Editorial: Desclée De Brouwer
Ciudad: Bilbao
Páginas: 74
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(J. L. Celada) Eberhard Bethge, autor de la que muchos consideran biografía más completa de Dietrich Bonhoeffer y prologuista de esta pequeña obra que aquí comentamos, dice que el testimonio del teólogo y mártir alemán “consistió en empezar un día a vivir y a decir lo que significa estar con Cristo; y terminó enseñando lo que significa que Cristo se haya quedado entre nosotros” (p. 73). Una vivencia que nuestro protagonista debió en gran medida a la Palabra de Dios y a su probada capacidad para convertirla en “sólido fundamento” de la oración.
Y si hay un libro en la Biblia especialmente apto para orar es el de los Salmos, a los que Bonhoeffer dedicó horas de estudio y meditación. El título que ahora nos ocupa es la 14ª edición de un texto que fue el último publicado en vida del autor, antes de que se le prohibiera escribir en 1941. Apenas 80 páginas, en las que se pone de manifiesto que, para él, “lo importante –en palabras de su también amigo y discípulo Bethge– no era la historia de la formación de esas antiguas poesías, sino la continuidad de las experiencias de salvación con los hijos de Dios que oran los Salmos y aquello que los vincula con los antepasados de Cristo y su promesa”.
El Salmo 1 nos introduce en lo que Bonhoeffer considera el objetivo principal de estos textos bíblicos: aprender a orar en el nombre de Jesucristo. La figura del rey David, el uso litúrgico de estos himnos, su clasificación o su proclamación como alabanza al Creador completan el primer gran apartado de este librito. A continuación, y con el Salmo 8 como pórtico, el autor se detiene en otros salmos que ilustran la ley de Dios, la historia de la salvación o el envío del Mesías.
Hacia el ecuador, y tras recitar el Salmo 22, Bonhoeffer desgrana para el lector otros tantos salmos que nos hablan de la Iglesia, del anhelo de una vida feliz, del sufrimiento o de la culpa. El Salmo 51 nos prepara luego el corazón para hablar de los enemigos, a través de los llamados “salmos de venganza”, que invocan la venganza de Dios, es decir, “pedir que su justicia se cumpla en el juicio contra los pecados” (p. 51). El Salmo 73 nos acerca al fin de este breve recorrido por el Salterio, no sin antes dejarnos un rápido apunte sobre la súplica y la bendición, con el Salmo 103 como oportuno broche.
Sólo la oración hizo posible que Bonhoeffer no desfalleciera en su peores momentos en la cárcel. Y Los Salmos fueron anticipo y testimonio de esa práctica cotidiana y comprometida.
En el nº 2.705 de Vida Nueva.