Un libro de Fernando Vidal (Cáritas/Fundación FOESSA, 2009). La recensión es de José Luis Segovia Bernabé.
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Pan y rosas. Fundamentos de exclusión social y empoderamiento
Autor: Fernando Vidal Fernández
Edita: Cáritas / Fundación FOESSA
Ciudad. Madrid
Páginas: 608
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(José Luis Segovia Bernabé) Un buen libro expone ideas, pero también muestra a su autor. Es el caso de este texto. Fernando Vidal es ya un docente e investigador consagrado, autor de múltiples estudios sociológicos en los que despliega rigor científico y finura de análisis, todo ello aliñado con la sensibilidad de una ética compasiva de nítida matriz cristiana. Cumple con creces la función que Bourdieu atribuía al sociólogo: “Se puede ser objetivo, pero jamás neutral”. Vidal lo tiene claro: su punto de referencia en la reflexión es la suerte de los más vulnerables y, además, no como “categoría sociológica”, sino como “rostros concretos”.
Pan y rosas alude al texto de la pancarta con que, a principios del s. XX, miles de mujeres tomaron las calles de Nueva York para reivindicar su derecho a tener derechos, afirmando que es posible aunar las necesidades básicas y un plus de belleza y ternura. El libro literalmente se sostiene solo: son más de 600 páginas, lo que podría asustar a primera vista. No lo precisaba, pero cuenta con el aval de dos grandes de las ciencias sociales y de la coherencia personal, que lo presentan y prologan: Víctor Renes y Joaquín García Roca.
Consta de una Introducción, en la que se anticipan las tesis del autor, y dos partes en las que se entreveran el análisis sociológico, la antropología y la narración: el relato es la única forma respetuosa de acercarse al dolor sin cosificarlo ni convertirlo en mero objeto aséptico de estudio. La obra explica la exclusión desde la sociología y la antropología (“la exclusión siempre supone la violación de la alteridad”), en el horizonte de humanismo integral impostado por dolor del otro (“la pobreza es un enigma que exige solución y al que se sale al encuentro con la compasión”), con resonancias del Holocausto y guiños explícitos al personalismo levinasiano, a la fenomenología y a la Escuela de Frankfurt, entre otras fuentes. El estilo es, unas veces, vivaz, emotivo, profundamente humano, salpicado de referencias concretas –Las Barranquillas (Madrid), el Puente de Ademuz (Valencia), las pateras…–; otras, riguroso, denso, analítico y científico.
Identidad y espejo
En la primera parte, el autor se pregunta por la identidad fenomenológica de la exclusión social y cómo es espejo del mundo en que vivimos. Por eso, siempre es topológica y concreta en la individuación de problemas estructurales: demanda tanto de la ética del cuidado como de la transformación de las estructuras. En base al VI Informe Foessa, en el que ha participado activamente, señala que el crecimiento de las macromagnitudes económicas no garantiza mayores cotas de igualdad. Por ello, la lucha contra la exclusión exige responsabilización y empoderamiento de personas y comunidades, apostar por la alteridad, la comunión vital con los excluidos y la reconciliación social. Como se ve, ninguna concesión al funcionalismo utilitarista. De ahí su apuesta por fortalecer un Tercer Sector que opte “no por crear munditos para los pobres, sino recrear el mundo para que todos podamos ser”. Contempla la exclusión social desde una perspectiva amplia: como fenómeno histórico (el mayor escándalo de nuestra época), como reveladora de la íntima estructura y moralidad de nuestra civilización (dimensión reflexiva), algo que está pasando ahora mismo (dimensión accional), como realidad topológica (en lugar y tiempo determinados), plural, padecida por la singularidad irrepetible de cada rostro sufriente e innombrable.
En la segunda parte, plantea “el triángulo de la exclusión”. Lo basa en tres “existenciales” de naturaleza sapiencial: la necesidad (las esperas abiertas por la naturaleza), la acción y el sentido. Así, construye su teoría de las necesidades, no piramidal a lo Maslow, sino reticular y simultánea y, bajo el influjo declarado de Victor E. Frankl y Amartya Sen, entre otros, no determinista sino responsabilizadora. Las cuatro necesidades clásicas (estar, ser, hacer, tener) se entrelazan y dan pie a doce, entre las que destacamos la de ser participativo y la de relatar. Ambas son básicas para empoderar a sujetos y comunidades. Los activos del empoderamiento son las fuerzas personales (incluye la resiliencia), los vínculos comunitarios y la generación de capital simbólico (“la cultura libera”), los relatos, los bienes y los derechos. Para revertir el proceso exclusógeno, es vital el papel de la conciencia y de la sabiduría popular. “En ciencias sociales no son posibles los experimentos, sino las experiencias, y no sirven las batas blancas de la asepsia, sino el mono blanco de la implicación”. Propone, además, una teoría del sentido (verdad, bien, belleza, praxis), que evite caer en el moralismo, los prejuicios de quien se parapeta en sus creencias, el deseo de limpieza esteticista de la ciudad o el activismo.
La exclusión es una estructura, una institución y una subjetividad que incluye dimensiones culturales ideológicas, políticas, subjetivas y comunitarias. En suma, “es el desempoderamiento de la presencia del otro”. Para combatirlo, será preciso el empoderamiento, que brota de un encuentro, de la alteridad en una sociedad de riesgos donde el cambio es “cada vez más improbable y a la vez más posible”. Ello conduce a su propuesta de ‘Sociedad del Bienestar’, alejada del neoliberalismo y del Estado del Bienestar. Se trata de aunar bien común y protagonismo cívico, bienestar y sentido, lo social y lo individual, lo compasivo y lo transformador, lo ético y lo estético…, “el pan y las rosas”. A ello ayudará la “cuña de solidaridad” del voluntariado. Toda una propuesta que reclama la atención de quienes nos movemos en el campo interdisciplinar (un mérito del libro) de la intervención y la reflexión social. Esperamos con gusto su próximo título sobre lo que denomina la “re-modernidad”.
En el nº 2.704 de Vida Nueva.