(Vida Nueva) Prácticamente desde el primer momento, el mundo entero se ha volcado para ayudar a Haití después del devastador terremoto que asoló su capital, Puerto Príncipe, el 12 de enero. Políticos, comunidad internacional, ciudadanos de a pie, organizaciones de diverso carácter, ONG, instituciones y personas de Iglesia a título individual… Vida Nueva exhortaba en su portada de la semana pasada que “Sólo la solidaridad levantará Haití”. Pero ¿qué tipo de solidaridad necesita este país para renacer de sus ruinas? En los ‘Enfoques’ de esta semana reflexionan sobre esta cuestión Gabriel Naranjo Salazar, CM, secretario general de la CLAR, y Sebastián Mora, secretario general de Cáritas Española.
Haití, hacia un verdadero ‘kairós’
(Gabriel Naranjo Salazar, CM, Secretario General de la CLAR) Esta lectura de la actual problemática de Haití no es técnica, sino solidaria, se hace con los lentes del Horizonte Inspirador de la Confederación Latinoamericana y Caribeña de Religiosos/as (CLAR) para el trienio 2009-2012 y pretende sugerir perspectivas a la respuesta que ha suscitado en el mundo y la Iglesia.
La magnitud de la catástrofe se ha ido precisando con datos relativamente cercanos a la realidad: 150.000 muertos, 200.000 heridos, un millón de haitianos sin hogar, tres millones de damnificados, más de 100 representantes de la Iglesia fallecidos, entre sacerdotes, religiosas/os, laicas/os comprometidas/os, seminaristas. El terremoto, que “sacudió al mundo entero”, ha producido una reacción planetaria, con voluntarios, grandes sumas de dinero, miles y miles de toneladas de alimentos, agua, vestido, medicina… y la conciencia generalizada de que hay que reconstruir la nación. En este contexto, cabe una pregunta transcendental: ¿hasta cuándo va a durar esta globalización de la solidaridad?
Cualquier tipo de respuesta ha de presuponer que el cataclismo de Haití había comenzado mucho antes; aún más, ha caracterizado casi toda su historia, en unos condicionamientos socio-económicos y políticos amamantados por la pobreza, la injusticia, la corrupción y la inestabilidad política: el honor histórico de haber sido la segunda nación del continente en declarar su independencia (1804) fue reemplazado por la vergonzosa (más que para Haití, para el mundo entero) condición de ser hoy la más pobre, la más deforestada, la más explotada. Este medio ambiente ecológico y social degradado y su ubicación geográfica la hacen presa fácil de los desastres naturales: desde 2001 dejaron más de 18.800 muertos, 132.000 pobladores sin vivienda, 6,4 millones de afectados y la pérdida de sus casas de 165.000 familias.
Pero la verdadera hecatombe se ha dado en su túnel político: dos ocupaciones norteamericanas, dos dictaduras Duvalier, dos golpes y gobiernos militares, dos abortos democráticos del sacerdote Jean Bertrand Aristide, dos elecciones del actual presidente, René García Préval.
El secretario general de la ONU y el papa Benedicto XVI han insistido en “una solución duradera” y en “una respuesta solidaria e institucional”, posibilitando que el acontecimiento de Haití se convierta en una gracia de Dios, en un kairós. ¿Cómo lograrlo en “un país de cultura rica, economía pobre y política frágil”?
– Con un sentido de pertenencia al mundo en que vivimos y a la fe que profesamos, porque la sostenibilidad de la respuesta depende de la vinculación a las diversas instituciones a las que estamos ligados, para asegurar que ellas sean canales efectivos de solidaridad.
– Con la categoría salvífica, decantada por la CLAR durante los últimos trienios, de lo “inter”, es decir, la inter-relacionalidad, para asegurar la presencia de las diversas fuerzas y sus propias posibilidades de acción. La inter-disciplinariedad y la inter-responsabilidad de los gobiernos, que tendrán que preocuparse por la recopilación y la honesta administración de los recursos económicos; y de la Iglesia, que deberá dedicarse a la recuperación del tejido social que se colapsó hace 20 días; la inter-culturalidad afanosa de los pueblos que acuden, pero respetuosa de la raza haitiana, incluso en relación con el vudú, que la caracteriza y que no siempre riñe con la propuesta evangélica; la inter-congregacionalidad de la Vida Consagrada, para compartir recursos sobre todo humanos, institucionales y carismáticos, a favor de una presencia que ya es histórica, pero que ahora se debe abrir a nuevos horizontes.
– Con el mismo recorrido del Maestro desde su encuentro con la siro-fenicia hasta su transfiguración, porque proporciona un punto de partida en esta situación límite, y un punto de llegada en la Pascua como entrega de la vida para ganarla. En este contexto, la escucha se convierte en reacción a la Palabra; el discernimiento, en respuesta a este signo de los tiempos; la compasión, en caridad afectiva y efectiva; la revitalización, en formación a todos los niveles; y la transfiguración, en un ideal, anticipo del “ya pero todavía no” de nuestro proyecto salvífico.
– Con planes de acción que integren recursos humanos, apoyos financieros, soluciones creativas, protagonismo de los haitianos, formación de comunidades, escucha de la Palabra de Dios…
El compromiso con Haití debe abrirse hacia un nuevo amanecer nacional y eclesial, pero sin dejar de dar respuesta a sus actuales clamores, “con el afán de quien tiene que ir a apagar un incendio” (san Vicente de Paúl).
Presencia encarnada y trabajo fraterno
(Sebastián Mora, Secretario General de Cáritas Española) La respuesta de Cáritas a la emergencia declarada en Haití a raíz del devastador terremoto del 12 de enero forma parte de la propia médula de la identidad de Cáritas como servicio organizado de la caridad, a través del cual la comunidad cristiana expresa su opción preferencial por los pobres. Esta dimensión evangélica inspira el modelo de cooperación fraterna al que queremos servir, basado en la cercanía a los pueblos y a las Cáritas con menos recursos desde el principio de la comunicación cristiana de bienes y con el objetivo de promover el derecho de todos los pueblos a un desarrollo integral y de todas las personas a su irrenunciable dignidad humana.
En el marco de esta vocación de servicio a los últimos y no atendidos, se desarrolla la respuesta de toda la red internacional de Cáritas a un drama como el de Haití, que golpea nuestro propio corazón. Hablamos de una de las especificidades del trabajo de Cáritas, por la cual la realidad haitiana no es ajena a la nuestra: son la propia Cáritas local, las comunidades cristianas, la Iglesia y el pueblo haitiano los que están sintiendo en carne propia los efectos devastadores de una tragedia que sentimos y vivimos como nuestra.
En ese escenario, como en todos aquéllos donde se declara una emergencia, Cáritas es a la vez víctima y agente de solidaridad que actúa desde el centro mismo de la realidad con el liderazgo de la Iglesia local y sus organismos pastorales y, en el caso de nuestra institución, con el acompañamiento de toda la red internacional de Cáritas de acuerdo a un itinerario específico de movilización y respuesta, acorde a las necesidades de los damnificados y el alcance de los daños.
Nuestra misión se lleva a cabo en un proceso de continuidad y de presencia constante. En Haití, Cáritas estaba presente de forma muy activa antes de la actual emergencia, para avanzar en esa dimensión universal de la caridad que se orienta, como se nos recuerda en la encíclica de Pablo VI Populorum Progressio, a verificar un modelo de desarrollo concebido como “el nuevo nombre de la paz”.
Desde esa presencia encarnada en la realidad haitiana, a través de un trabajo fraterno y conjunto con la Cáritas local, entendemos el mandato que la sociedad española y la comunidad cristiana nos lanzan ahora para acudir en auxilio de las víctimas de esta nueva emergencia. Nuestra opción irrenunciable a favor de los últimos y no atendidos –que en España nos sitúa al lado de las personas en situación más vulnerable, sobre todo en esta difícil coyuntura de crisis económica– nos aboca también, en el drama de Haití, a articular una presencia humanitaria próxima, eficaz y rápida para paliar las condiciones de absoluta precariedad de los damnificados.
Esta acción de Cáritas Española en un escenario de emergencia, fortalecida por una experiencia adquirida durante décadas de intervención humanitaria en situaciones similares a lo largo de todo el mundo, no va a limitarse a la respuesta puntual que estamos dando a los retos de estos primeros momentos. Nuestro modelo sigue un proceso estructurado según el cual, tras esta primera fase de la emergencia y una vez identificadas con claridad las necesidades prioritarias de los damnificados, va a ejecutarse un plan global de rehabilitación y reconstrucción a medio y largo plazo que, desde nuestras posibilidades, permita asegurar las condiciones de vida de los haitianos y restaurar su dignidad. Esta cooperación fraterna “necesita personas que participen en el proceso del desarrollo económico y humano, mediante la solidaridad de la presencia, el acompañamiento, la formación y el respeto” (Caritas in veritate, 47).
De lo que se trata es de caminar juntos, mano con mano, desde la presencia, el acompañamiento y el respeto con Cáritas Haití y el pueblo haitiano en la construcción de una auténtica fraternidad universal. En esa andadura, Cáritas Española enmarca su compromiso en la intervención global que desarrolla la red internacional durante todas las etapas de la emergencia. Un compromiso que se traduce tanto en apoyo económico directo a las acciones de Cáritas Haití y de los agentes de la red en el terreno durante todo el proceso, como en acompañamiento a la Cáritas local para poder construir el bien común que es exigencia de justicia y caridad (Caritas in veritate, 7). Y siempre con los criterios de transparencia, austeridad e independencia aplicados estrictamente por Cáritas Española a la hora de canalizar hacia sus destinatarios los recursos aportados por la solidaridad de los donantes.
En el nº 2.693 de Vida Nueva.