(Alberto Reigada Campoamor– Párroco de S. Francisco Javier de la Tenderina, Oviedo) Un fotógrafo italiano realizó un calendario, con doce curas en sus láminas, que tuvo un gran éxito editorial. Me sorprende que se adquiera un calendario para contemplar durante todo un año fotos de curas… No creo que sea expresión de un despertar religioso ni la promoción de una campaña vocacional. Tras este interés está el morbo de las sotanas y alzacuellos. La mezcla de códigos visuales, belleza corporal y traje talar, vende comercialmente. ¡Qué curioso!
El atractivo por estos curas yogurinos está muy lejos de las fotos que pudieran sacárseles después de unos años de entrega en el ministerio sacerdotal. Seguro que nadie les llamaría entonces para nuevas poses. Sólo quienes tienen otra mirada y no gastan sus euros en ese tipo de calendarios les contemplarán agradecidos. Y también el Señor, al final de sus días, les hará ocupar ese puesto reservado para los bienaventurados. Lugar para los que no han hecho de su imagen gloria, sino que su gloria está en la cruz. Al final, ese lugar es mucho más importante que las paredes de las cocinas o despachos que ahora ocupan.
La alternativa a las láminas de esos curas de calendario serían otras fotografías bien distintas. Fotos que muestren la belleza de otros curas que sí merecen estar en calendario. Serían láminas sin focos, la mayoría en blanco y negro o color sepia. Láminas arrugadas o dobladas por el paso de los años y el peso de la vida entregada. Láminas que nunca saldrán publicadas, pero que les invito a imaginar. Fotografías virtuales de un nuevo calendario, que no pretende sacar fondos para una ONG, que no tenga copyright, sino que sólo pretende pagar, en recuerdo agradecido, la entrega de todos esos sacerdotes mayores.
Láminas con manos envejecidas y deformadas por la artritis. Manos bellas por pacificadoras, por haber apretado tantas manos en el signo de la paz. Manos mojadas en tanta agua bautismal derramada en gracia abundante. Manos bellas por elevar sobre toda la comunidad la hostia consagrada. Manos de reconciliación, trazando el signo de la cruz en la confesión y siendo mediación del perdón de Dios sobre tantos corazones afligidos. Manos curtidas por tantas goteras tapadas en rectorales viejas, iglesias rurales o parroquias de barrio donde el cura, además, es albañil, carpintero, bedel o lo que pinte.
Láminas con espaldas dobladas por tantos pesos soportados, superiores a sus fuerzas. Láminas con ojos con presbicia y llorosos de tantas miradas compasivas. Láminas con arrugas en la piel, arrugas del tiempo, de tanto esperar que alguien se acordase de ellos, en aquel destino que les dejó olvidados y marginados de la maquinaria del Obispado. Láminas con tantas soledades a la hora de afrontar los problemas de su ministerio, desde construir un templo, tener para pagar las velas o el recibo mensual de la luz. Láminas que recojan en la oscuridad de la iglesia la soledad de una tarde del domingo, después de recorrer mil y un kilómetros, o atender multitud de necesidades en un populoso barrio de ciudad. Ahí, cuando todos se han ido, su foto en blanco y negro, es una lámina en compañía con el Señor, que siempre conforta y fortalece.
Nuestros venerables no necesitan ser curas de calendario, pero nuestro presbiterio precisa, hoy más que nunca, de una atención digna y justa. Para cualquier empresa, los recursos humanos son lo más importante. A ese apartado le dedican miles de euros. Sin embargo, nuestras diócesis todavía tienen esa asignatura pendiente.
El obispo tiene en todo esto un papel indelegable, ya que lo que él no haga, quedará por hacer; su ausencia generará más sufrimiento y su trato personal tiene un plus que nunca dará el mejor de los delegados para el Clero.
También necesitamos reforzar el tejido presbiteral, en fraternidad sacerdotal, en comunión y participación, en valoración y respeto de la diversidad del clero, de sus procesos y de sus historias. Descartar los frentes y las trincheras. Debemos crear un humus que nutra en la variedad y que sea enriquecido en la pluralidad.
Es necesario repensar los planes pastorales desde la situación real de los curas. Hay planes pastorales que tienen un magnífico análisis, una extraordinaria fundamentación teológica, pero en su último apartado, la estrategia de intervención (y que no suene mal hablar de estrategia de intervención en la pastoral), tal parece que todos los agentes del plan estamos como legionarios, a pecho descubierto, que nos vamos a comer el mundo.
Estas tareas son nuestro mejor servicio para este Año Sacerdotal. Éste sería el mejor calendario del año, cuyas láminas estén ocupadas por aquellos que no salen en las fotos.
En el nº 2.696 de Vida Nueva.