(Darío Menor– Corresponsal de Vida Nueva) En la céntrica avenida Elefterios Venizelos de Atenas, dos bandos rivales se preparan para el enfrentamiento. A un lado, los antidisturbios cogen sus escudos y cubren sus rostros con máscaras antigás; al otro, los manifestantes radicales se ciñen pañuelos en la cara y arrancan trozos de mármol de la fachada de un edificio. Antes de que éstos comiencen su lluvia de piedras y aquéllos respondan con cargas y gases lacrimógenos, un pope cruza la avenida. Es joven, enjuto y con larga barba oscura. Va vestido con el rason (sotana) negro y el característico kameloukion (bonete alto y cilíndrico) de los ministros de la Iglesia ortodoxa griega. Consciente de la pelea que se avecina, aprieta el paso quitándose de en medio, mientras algunos manifestantes, en su mayoría anarquistas, le despiden con risas y burlas.
Minutos después, comienza la guerrilla urbana, la expresión más violenta del malestar social que ha dejado en Grecia el duro plan de austeridad aprobado por el Gobierno y que ya tiene sus propios mártires: tres empleados bancarios que murieron asfixiados el 5 de mayo, día de huelga general, al ser atacada su oficina con cócteles molotov por un grupo de manifestantes radicales. Ante la sucursal, calcinada en su interior, se acumulan hoy flores, velas y mensajes de dolor de los ciudadanos, a quienes no les queda más opción que aceptar la subida de impuestos, la reducción del gasto social y la bajada de los sueldos aplicada por el Ejecutivo de Yorgos Papandréu.
El sacerdote ortodoxo que se libró por poco de verse inmerso en la refriega no quiso participar en la manifestación contra los recortes del Gobierno, pero no le faltaban motivos para hacerlo. A su Iglesia, como al resto de sectores sociales, también le tocará pagar una parte de la deuda acumulada por el país durante los últimos años debido al mal gobierno, al derroche y a la corrupción, y que asciende a 300.000 millones de euros. Con los mercados internacionales de crédito a precios prohibitivos, al socialista Papandréu le ha tocado pedir ayuda a sus socios europeos y al FMI y rascar hasta el último céntimo en casa para evitar la bancarrota.
La Iglesia ortodoxa, una de las principales dueñas de bienes inmobiliarios de Grecia y con importantes participaciones en bancos, arrimará el hombro a través de dos nuevos impuestos. El primero grava en un 20% los ingresos que las instituciones eclesiásticas reciban de la explotación de sus propiedades. El segundo va dirigido a las donaciones a la Iglesia: a partir de ahora habrá que entregar al Estado un 10% de las que se hacen en efectivo y un 5% de las que se realicen en propiedades. La medida ha provocado estupor entre algunos líderes ortodoxos, como el obispo Anthimos de Tesalónica, quien afirmó que la tasa del 20% es “un golpe entre los ojos”. “Se trata de un movimiento hostil”, dijo en la televisión pública.
Al tiempo que critican los nuevos gravámenes impuestos por el Gobierno socialista, los obispos ortodoxos se preparan para paliar los efectos de la crisis y de los recortes. La situación es igual a la de España, donde muchos de los desarrapados que está dejando la recesión sólo hallan apoyo en las parroquias. “Las consecuencias de las nuevas medidas se sentirán más fuerte después del verano, así que estamos entrenando a los sacerdotes para que sean capaces de afrontar la crisis”, anunció el reverendo Gabriel Papanicolaou. “Suministraremos comida, ropa y otros bienes, además de atención pastoral y psicológica a las personas que pierdan su empleo”.
Los nuevos impuestos y el programa de ayuda para los desfavorecidos tal vez contribuyan a mejorar la imagen de la Iglesia ortodoxa entre buena parte de los griegos. Cuando los manifestantes gritaban “¡que paguen los ricos!”, también se referían a los órganos eclesiásticos. “Me alegro de los gravámenes: ellos deben hacer como todos. El sueldo de los sacerdotes lo paga el Estado y, hasta ahora, disfrutaban de demasiados privilegios”, cuenta Theodoros, un joven taxista ateniense que, como la mayoría de sus colegas del transporte público, participó en la huelga general que bloqueó el país.
En el nº 2.708 de Vida Nueva.