(Alejandra Peñalver– Corresponsal de Vida Nueva en Asia) Tailandia también es conocido como el país de las sonrisas por la amabilidad, hospitalidad y humildad de sus gentes. Y es que tan pronto pisa una el aeropuerto internacional de Suvarnabhumi (Bangkok), resulta complicado no rendirse a la cálida y envolvente espiritualidad el lugar. El exotismo de sus gentes y el encanto indómito de sus paisajes ha cautivado desde hace décadas a turistas e intrépidos viajeros de todo el mundo.
Sin embargo, este remanso de paz en pleno sudeste asiático se ha convertido en los últimos años en un polvorín de intereses políticos encontrados. Tanto la corrupción incorregible y reincidente de sus dirigentes como la pobreza y analfabetismo de las clases trabajadoras son causantes últimos de la delicada situación del país. Lejos de mejorar, la realidad se recrudece y la solución puede llevar aparejadas medidas drásticas. Sobre todo, porque ninguna de las partes parece dispuesta a ceder.
Por un lado, los manifestantes, los camisas rojas, solicitan la disolución del Parlamento tailandés y la convocatoria inmediata de elecciones generales. Consideran que el actual Gobierno no ha sido elegido democráticamente, lo cual, a efectos legales, es cierto, porque el actual primer ministro, Abhisit Vejjajiva, fue elegido por una comisión parlamentaria, sin jornada electoral de por medio.
Vejjajiva y su gabinete (perteneciente a la escasa élite burguesa del país y a los sectores más tradicionales y monárquicos), por su parte, se niegan a doblegarse a los manifestantes, porque saben que están instigados por el ex primer ministro Thaksin Shinawatra, sobre el que pesa una pena de dos años de cárcel por numerosos y variados delitos de corrupción y malversación.
Con este panorama, y la incesante espiral de violencia de las últimas semanas, las tres principales religiones que coexisten en Tailandia han querido hacer un llamamiento interconfesional conjunto a favor de la concordia, con el objetivo único de que se restablezca “la paz, la negociación y la oración” y se halle una salida pacífica al conflicto.
La Comisión Nacional de Derechos Humanos de Tailandia organizó, el pasado 15 de abril, una reunión con el arzobispo de Bangkok y vicepresidente de la Conferencia Episcopal tailandesa, Francis Xavier Kirengsak Kovithavanij; el monje budista Phradhamakosajarn; y el musulmán Imron Maluleem. Los tres líderes instaron de forma conjunta a que se produzca una “tercera reunión” entre el Gobierno y las fuerzas opositoras para que “lleguen a alcanzar una solución pacífica” y para que ambas partes “mantengan una actitud de respeto mutuo”.
En opinión del arzobispo Kovithavanij, el país debe “estar unido” en su diversidad. “Los manifestantes deberían respetar, sin violencia, los derechos y los nobles motivos de los demás”. Además, el prelado aseguró que “debería retomarse el diálogo, porque tanta violencia está dañando al país”.
Para lograr esto, “todos deberían ser honestos y buscar un compromiso, porque todavía queda esperanza en la sociedad tailandesa, ya que no somos enemigos, sino hermanos y hermanas”.
Phradhamakosajarn, por su parte, enfatizó la necesitad de que los tailandeses “se recompongan y fortalezcan mutuamente, en vez de enfrentarse unos a otros”. El líder budista considera que “la crisis social debe solucionarse en base a la supremacía del Dharma y la compasión, y no en la venganza mutua. Es necesario adoptar los valores religiosos como la paciencia y el perdón”.
Por su parte, Imron Maluleem, presidente de la Oficina de Sheikhul Islam (que aconseja al rey tailandés, Bhumibol Adulyadej), considera que entre todos “tenemos que detener la llama de la violencia y encender la llama” para encontrar una “solución satisfactoria”. En su opinión, entre las prioridades debería incluirse la “justicia”: “Sin justicia no hay armonía”.
Y añadió que ya es hora de “alumbrar una nueva cultura política, en vez de instigar a la multitud”, una cultura que permita a la gente participar “en protestas pacíficas de acuerdo con la Constitución”.
En el nº 2.706 de Vida Nueva.