Schillebeeckx, teólogo del siglo XX

Schillebeeckx, teólogo del siglo XX

Schillebeeckx(Josep M. Rovira Belloso– Profesor emérito de la Facultad de Teología de Cataluña) Cuando esta pasada Navidad me enteré de la muerte de Edward Schillebeeckx (1914-2009), pensé que, cumplidos ya los 95 años, habría muerto como “un teólogo feliz”. Porque él hizo célebre esta frase cuando cumplió los 90: “Soy un teólogo feliz”. ¿Por qué doy importancia a la “felicidad” de Schillebeeckx? Porque, tal como sus obras lo manifiestan, vivió una intensa experiencia de Dios que abraza pensamiento y vida. He aquí la específica felicidad del teólogo: la Luz del Señor ilumina los detalles de la vida que adquieren la categoría de signos de los tiempos. Son pequeños y múltiples destellos de felicidad para el teólogo anciano. A ello hay que añadir, sin duda, una sana y nueva experiencia de libertad.

rovira¿Por qué ha sido tan importante Schillebeeckx? Para mí, por una obra de juventud o primera madurez: Cristo, sacramento del encuentro con Dios. El título lo dice casi todo: Cristo no sólo es un mediador. Es la imagen del Dios invisible y, por tanto, es el primer sacramento que nos lleva al Padre. En aquella época, estas simples evidencias parecían algo verdaderamente revolucionario. Por ejemplo: los sacramentos son la acción de Cristo que se expresa a través de esos signos sensibles, como el músico se expresa a través de su instrumento, con el fin de comunicarnos el Espíritu que nos lleva al Padre.

Para mí, éste es el Schillebeeckx a la vez enraizado en santo Tomás y libre para razonar hasta llegar a lo que creo son evidencias en la fe. Lo comprobé en Dieu et l’homme, libro claro que une razón y fe. Más tarde, llegó una trilogía quizá demasiado ambiciosa en su genialidad, porque abarcaba desde la investigación bíblica hasta la teología pastoral. Su primer título es Jesucristo. Historia de un viviente, cuyo impacto fue enorme, porque representaba a la vez una visión muy historicista de Jesús sin olvidar la trascendencia de Cristo, Señor resucitado e Hijo de Dios.

Los dos volúmenes siguientes –Cristo y los cristianos y Los hombres, relato de Dios– tuvieron menor impacto. Ambos eran un intento de pensar una eclesiología ecuménica. Más que dibujar la “esencia” de la Iglesia, bajo la guía de la Palabra de Dios, y mediante la constitución del Cuerpo de Cristo y la acción de los sacramentos que la vivifican con el Espíritu, Schillebeeckx contemplaba la finalidad última del proyecto eclesial: la constitución de unas comunidades que, en el seguimiento de Cristo, se encaminaban al Reino de Dios, al que estaba llamada toda la humanidad.

Todavía hay dos nuevos trabajos del Schillebeeckx maduro: uno sobre el matrimonio, que nos vino bien en una época en que era necesario aclarar y reforzar las ideas sobre la sacramentalidad cristiana. Por fin, vieron la luz sus trabajos mas discutidos sobre el ministerio eclesial. Aquí, como cuando se editó Jesús. Historia de un viviente, el teólogo belga tuvo que dar razón de su obra ante la Congregación para la Doctrina de la Fe, que no impuso condena. En una entrevista con Pablo VI, y después de hablar de su teología, el Papa exclamó: “Lei è dei nostri” (“Usted es de ‘los nuestros’”). Creo recordar que al teólogo le causó extrañeza la forma de referirse a la pertenencia a la Iglesia de Jesucristo que empleó el Papa.

Un marco justo

Este escrito no quiere ser un obituario con recuerdos subjetivos, sino que intenta crear un marco justo para el teólogo de Nimega, como los que escribí sobre K. Rahner o H. Urs von Balthasar, marco que consiste en subrayar lo que ha sido la teología europea en el siglo XX. Sin dejar los orígenes bíblicos, y sin olvidar las raíces tomistas, estos autores se proyectaron a los nuevos problemas surgidos a propósito de la filosofía de la Modernidad y del nihilismo que habría de surgir tras la II Guerra Mundial.

Éste es el sentir de mi artículo. Aún hoy se escribe en contra del Vaticano II y de los peritos conciliares, entre los cuales se contaban Schillebeeckx, además de Rahner y Ratzinger. Son escritos muy duros que aparecen en Internet, seguramente cercanos a círculos lefebvristas. La idea sencilla de que el Vaticano II es, precisamente, un eslabón de la Tradición de signo abierto y renovador, pero no destructor ni revolucionario, idea defendida con énfasis por el Papa Ratzinger, permite situar a Schillebeeckx en su lugar adecuado: un teólogo que trató de hacer entender la revelación cristiana a la cultura de la segunda mitad del siglo XX.

Un lenguaje sencillo y una fe luminosa harán, sin duda, que seamos entendidos en el siglo XXI.

En el nº 2.691 de Vida Nueva.

Compartir