Iglesias y entidades humanitarias dan la voz de alarma ante el incremento de la violencia y una profunda crisis
(Alberto Eisman) En enero se ha cumplido el quinto aniversario de la firma de los acuerdos de paz que pusieron fin a más de 20 años de guerra civil en Sudán, el país más extenso de África entre el norte árabe y musulmán y el sur negroafricano cristiano y animista. Los términos de los acuerdos prevén elecciones generales para el próximo abril y un referéndum de autodeterminación en todo el sur del país y en las tres zonas en contención (Nilo Azul Meridional, Montañas Nuba y la ciudad de Abyei) en 2011.
Coincidiendo con este aniversario, diversas instituciones han hecho balance, y los informes dejan poco espacio para el optimismo. Cabe destacar el preocupante Rescatando la Paz en el Sur de Sudán, sobre la situación actual a la luz de los acontecimientos de los últimos meses, que ha sido publicado simultáneamente por diez organizaciones humanitarias y de desarrollo (entre otras, Cáritas, Oxfam, Cordaid y Save the Children). En él se destaca que, aunque no se pueda hablar de guerra civil abierta, el hecho es que la violencia en el Sur de Sudán, lejos de reducirse, se ha recrudecido: sólo en 2009, se cuentan 2.500 muertes y 350.000 personas que han tenido que dejar sus hogares debido a acciones violentas. Estas cifran superan en el mismo período a las de Darfur, un conflicto que ha acaparado casi exclusivamente la atención de los medios de comunicación y de la comunidad internacional.
Más allá de Darfur
Parece como si el Sur de Sudán estuviera sumido en el olvido debido a la relevancia mediática que ha alcanzado Darfur. Actualmente, sin embargo, la situación es preocupante: los niveles de seguridad se han deteriorado ostensiblemente en los últimos meses. Los enfrentamientos inter-étnicos –normalmente entre tribus por la posesión de ganado– han escalado a niveles inauditos y con una sangrienta virulencia contra mujeres y niños. Desde distintas partes se acusa al Partido Nacional del Congreso, del presidente Omar al-Bashir, de proveer armas masivamente a ciertas tribus del Sur para que, según convenga, provoquen inestabilidad en su entorno. También hay problemas con el Ejército de Resistencia del Señor, grupo rebelde ugandés que, debido a la presión militar, ha salido de sus enclaves tradicionales para buscar refugio en zonas del Sudán Meridional, R. D. del Congo y República Centroafricana, en cada caso aterrorizando a la población local.
Estos cinco años de relativa calma han supuesto un respiro para comenzar a reconstruir el tejido social, tradicional, económico y político del país, pero ha sido un período demasiado breve como para poder despegar en la senda del desarrollo en todas las zonas. El Sur de Sudán sigue teniendo uno de los indicadores de desarrollo humano más bajos del planeta: menos de la mitad de la población tiene acceso al agua, el 90% de las mujeres sursudanesas son analfabetas y uno de cada cinco niños morirá antes de llegar a los cinco años. La incipiente administración autonómica no tiene aún la capacidad de gestionar una administración pública mínimamente eficiente. El fantasma de la corrupción y la falta de transparencia han acompañado todo este tiempo la gestión del Gobierno regional.
Más que una crisis, Sudán está viviendo una conjunción de diversas crisis a diferentes niveles. Las preparaciones logísticas para las elecciones se realizan a un ritmo desesperadamente lento y el calendario previsto presenta retrasos, lo cual supone una importante rémora para realizar elecciones libres y transparentes. A la vez, la falta de capacidad de la administración y los cuerpos de seguridad se traducen en una cierta anarquía, sobre todo en las zonas rurales. A esto se le añade una masiva presencia de armas de fuego. Todo esto, unido a la inestabilidad política y a la incertidumbre ante el futuro cercano, supone un “cóctel mortífero” de factores que van a determinar claramente si el país continúa en su sendero de paz o si hay una vuelta atrás.
Ante esta situación, los diversos grupos eclesiales se han manifestado en diferentes foros intentando incidir políticamente en la opinión pública internacional. En noviembre, el Foro Ecuménico de Sudán (del cual es miembro la Iglesia católica) alertó, en un dramático comunicado, sobre la preocupante situación de Sudán. Posteriormente, la Conferencia Ecuménica de las Iglesias de toda África se unió a las voces de alarma después de haber analizado la situación in situ con un panel de reputados especialistas.
La Conferencia Episcopal Sudanesa, reunida en Asamblea Plenaria en diciembre, emitió una nota –Por una paz justa y duradera– en la que hacía una seria advertencia: “Es doloroso traer a la mente los recuerdos de dos amargas guerras (1955-1972, con 1,6 millones de muertos, y 1983-2005 con 2,5 millones de víctimas y más de cuatro millones de desplazados) y la tragedia y la devastación causadas a la vida humana, las infraestructuras y el medio ambiente, tal como se puede ver todavía en muchas partes de Sudán. La guerra es un mal; no podemos tolerar una vuelta a la guerra”.
Mediación eclesial
El acuerdo de paz está al borde del colapso y desde todos los estamentos religiosos, civiles y humanitarios se insiste en la intervención de la comunidad internacional para evitar lo peor. En el caso de las Iglesias, al tiempo que presentan sus demandas, se ponen a disposición de la sociedad y de sus líderes para jugar un papel esencial en la promoción del diálogo y la resolución de conflictos sociales, llamando la atención sobre los derechos humanos y manifestando su disposición a hacer lo que sea posible para salvar el acuerdo de paz.
En sus intervenciones personales, monseñor Antonio Menegazzo, administrador apostólico de El Obeid (bajo cuya jurisdicción está todo Darfur), ha llamado la atención sobre las peculiaridades de esta zona, que probablemente no podrá votar con normalidad en las elecciones debido a su todavía frágil situación. Cesare Mazzolari, obispo de Rumbek, ha alertado sobre las tensiones que se están viviendo ahora mismo en su región y la atmósfera de “guerra fría”. Si las condiciones no cambian, habrá intimidación y fraudes en las próximas elecciones y la situación posiblemente se deteriorará hasta llegar a una nueva guerra civil.
El proceso de rearme por parte del Norte y del Sur (a pesar del embargo de armas que afecta a Sudán) es un secreto a voces. No cabe duda de que si volviera a tener lugar un conflicto armado, éste sería mucho más extendido, más virulento y destructor que los del pasado.
La impresión generalizada de los observadores es que si se lleva a cabo el referéndum de 2011, el resultado será un “sí” masivo a la independencia. Ante tales perspectivas, se cree que el Gobierno central (que es perfectamente consciente de que la idea de “hacer la unidad atractiva” ha fracasado) no está interesado en una estabilidad que permita la celebración de la consulta popular. Nadie quiere hablar abiertamente de esto, pero el deterioro de condiciones de seguridad con la posible connivencia del Gobierno central es uno de los factores más relevantes que hace que la vuelta a la guerra haya dejado de ser una posibilidad remota.
En el nº 2.694 de Vida Nueva.