“Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla”. Unas palabras que nos regaló Francisco casi al comienzo de su pontificado y que, lejos de ser una metáfora, ha alcanzado la literalidad en la primera pandemia de nuestra era. Cuando se ha cumplido un año desde que el coronavirus paralizó España y el mundo, la Vida Consagrada relee estos 365 días desde la esperanza.
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La Vida Religiosa se ha volcado con los enfermos en el primer año de pandemia, sabedora de que solo siendo hospital de campaña podemos testimoniar al Señor de forma creíble. De hecho, a través de las manos de quienes han estado dando la vida, se ha transparentado al Resucitado.
Los religiosos y religiosas que se desgastan en el ámbito sanitario se han convertido en los santos de la puerta de al lado –reivindicados por el Papa en Gaudete et exultate– de tantos enfermos de COVID-19. Todos los consagrados, sin ningún ánimo de ser reconocidos ni tildados como héroes, han podido testimoniar a quienes se han encontrado en el camino que, después del Calvario, siempre llega la Pascua.
No estamos solos
Junto a laicos y laicas de residencias y hospitales, la Vida Religiosa ha mostrado su entrega vocacionada y responsable. En primera línea, todo el personal sanitario, con fe o sin ella, no ha dudado en poner en riesgo la propia vida para salvar las de otros, pues se han enfrentado a la enfermedad en muchas ocasiones, sobre todo en los primeros meses, sin el material de protección necesario. A todos, Él los ha sostenido mostrando que no estamos solos. Todos han hecho visible la civilización del amor acuñada por el Pontífice en su plan para resucitar. Por todos ellos hemos rezado y rezamos hoy.