El pasado 20 de noviembre, una semana antes de la entrega de los Premios Carisma, el papa Francisco desde la Plaza de San Pedro compartió en la habitual audiencia general de los miércoles una catequesis en la que meditó en voz alta sobre cómo el Espíritu guía al Pueblo de Dios. En un momento determinado, el Pontífice argentino llegó a definir los carismas como las “joyas” que el Espíritu de Dios distribuye para embellecer a la Iglesia y, por tanto, al mundo.
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Con la naturalidad que acostumbra, Jorge Mario Bergoglio se lanzó a disipar el malentendido de quienes piensan que los carismas son dones “espectaculares y extraordinarios” y, por tanto, inalcanzables para los cristianos de a pie. Es más, aclaró que “cada uno de nosotros tiene su propio carisma que adquiere un valor extraordinario cuando son inspirados por el Espíritu Santo y encarnados en las situaciones de la vida con amor”.
Santos de la puerta de al lado
Precisamente esta es la razón de ser de los galardones otorgados por la CONFER y, por tanto, el perfil de quienes son homenajeados en esta edición, y en cada una de las convocatorias ya realizadas. Son mujeres y hombres, que han puesto al servicio de los demás todo lo que han recibid0, sin guardarse nada para sí. Así, en lo cotidiano y ordinario ejercen de santos de la puerta de al lado que han sabido acoger esa brisa fresca que brota del Evangelio de Jesús para convertirlo en un abrazo permanente de Dios para los demás, especialmente para los descartados.