Somos esperanza. No son palabras vacías. La Vida Consagrada es presente y futuro. Sabed cuál ha sido la esperanza a la que habéis sido llamados (Ef 1, 18) es el texto que nos ha acompañado en esta XXVI Asamblea General de la CONFER, porque, como recordó nuestro vicepresidente, Jesús Díaz Sariego, OP, no podemos despojarnos de la Sagrada Escritura nunca, porque no podemos hablar de la Vida Religiosa sin ella. Debemos volver a las raíz, que no es otra que la radicalidad del Evangelio.
Tras los 25 años de la unificación de las CONFER masculina y femenina, este año seguimos caminando como una Vida Religiosa al servicio de los últimos. Lo puso sobre la mesa Montse Escribano en la ponencia marco que nos ha situado en estos días de compartir: “En la Vida Religiosa no hay primeros ni segundos, porque cuando se habla de números, los únicos que cuentan son los últimos”.
Nos sentimos movidos a ser una Vida Consagrada del ‘sí’, porque tenemos la esperanza como motor y sabemos que no podemos ir con un ‘no’ por delante. “Sed capaces de abrir fronteras como habéis hecho siempre”, nos interpeló la teóloga. Recogemos el guante.
Una vez más, hemos analizado la realidad vocacional de nuestros Institutos. Somos menos. La crisis vocacional existe y, por tanto, la asumimos a la luz del Evangelio. No solo eso, también afectan los abandonos de hermanos y hermanas que la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica (CIVCSVA) cifra en 2.000 cada año.
Una cifra que, como nos dice el papa Francisco, no debe avergonzarnos, porque esta vida tiene camino por delante y en una sociedad de compromisos fugaces demostramos que el para siempre es posible.
Tenemos la seguridad de que llevamos con nosotros una rica experiencia que entregar a los hermanos más jóvenes y las vocaciones nativas. España tiene mucho que aportar en materia de reflexión, pues contamos entre nosotros con valiosos conocedores de la Vida Religiosa. Ya hemos plantado el grano de trigo que ahora puede convertirse en pan partido y entregado.
Concluimos estos días de trabajo y reflexión con la convicción de que la edad no es antónimo de vitalidad y nos sentimos llamados a profetizar y soñar para llevar el Evangelio a nuestro mundo. Es tiempo ahora de recoger, repensar y madurar. Esta Asamblea termina sabiendo que ha sido un tiempo de gracia, del que esperamos los frutos en la hora de Dios.