Sudán del Sur no consigue escapar de la guerra y el hambre

  • El presidente Salva Kiir proclama el alto el fuego y ofrece un diálogo nacional, pero que excluye al líder de la oposición
  • La Iglesia local denuncia la situación, a la vez que atiende a las víctimas de la crisis humanitaria

Una vez más en sus apenas seis años de existencia como país independiente, Sudán del Sur parece estar en el alambre de nuevo. Desde el pasado lunes 22, cuando el presidente, Salva Kiir, proclamó oficialmente la instauración de un alto el fuego unilateral y llamó a emprender un proceso de diálogo con todas las fuerzas rebeldes, la sociedad asiste con estupor a otro impasse marcado por la incertidumbre y la sospecha. Y es que, lo que podría ser un gesto de esperanza para que concluya la guerra civil, nace ya herido de muerte por el hecho de que el presidente exige como condición para el diálogo que en este no participe Riek Machar, el líder de la principal fuerza opositora, el Movimiento de Liberación del Pueblo de Sudán (SPLM, por sus siglas en inglés).

Desde la independencia de Sudán en 2011 y hasta julio de 2013, Machar fue vicepresidente con Kiir. Entonces, su destitución motivó un golpe de Estado en diciembre de ese año que, tras fracasar, acabó enquistándose en un conflicto militar aún sin cerrar y que, por otro lado, no esconde que la principal causa del enfrentamiento es que tanto Kiir como Machar lideran distintos grupos tribales. El primero es dinka, mientras que el segundo es nuer.

Engaño a la comunidad internacional

Según transmite la agencia Fides, la respuesta del SPLM, a través de su portavoz, Paul Gabriel, no se ha hecho esperar: “Riek Machar es nuestro líder y comandante jefe. No enviaremos a ningún delegado a Juba sin su orden”. Aún más, el movimiento rebelde denuncia que la propuesta de un diálogo nacional es una argucia que solo pretende esconder a la comunidad internacional que “las fuerzas del Gobierno continúan arrasando los recursos territoriales y matando a civiles”.

Mientras, la sociedad sursudanesa sufre gravemente las consecuencias de esta crisis política que se ha traducido en un desplome económico alarmante, respondido además desde el Ejecutivo con subidas de impuestos a una población ya de por sí exhausta, pues debe hacer frente a elevadísimos precios en productos de primera necesidad. A ello se une la inseguridad en las calles, donde se registran enfrentamientos sin control entre los diferentes clanes. Motivo por el cual, semanas atrás, se registraron protestas contra el Gobierno en Juba, la capital, lideradas por jóvenes estudiantes que piden a Kiir que anteponga la defensa del bien común a los intereses particulares y ofrezca “protección” real frente a todas las amenazas.

La Iglesia ayuda y denuncia

La Iglesia local no permanece indiferente ante una crisis humanitaria que se ha traducido en tres millones de personas que se han visto forzadas a dejar sus hogares, ya como desplazados internos o como refugiados en países vecinos. Así, hay templos que acogen hasta a 3.000 evacuados.

La respuesta eclesial también es en clave de denuncia. El ejemplo más claro se dio el pasado 10 de marzo, cuando el presidente Kiir convocó una Jornada Nacional de Oración por la Paz a la que se adhirieron fieles de todas las confesiones, incluidos musulmanes. En la celebrada en Juba, el arzobispo local, Paulino Lokudu Loro, se dirigió directamente al Jefe del Estado para exigirle respuestas concretas: “Si esta oración es correcta, deberían suceder muchas cosas en el país: paz, justicia, amor, diálogo sincero y unidad… Todo esto debería surgir después de esta oración”. “Señor presidente –concluyó Lokudu–, vaya a su cuarto a orar por la paz”.

Dos meses después, parece que el político solo le ha hecho caso al pastor a medias.

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