JESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Profesor CES Don Bosco
Vida Nueva se sienta en la antesala de la cuarta sesión del Concilio, reanudado el 14 de septiembre de 1965. Y lanza un artículo de José Luis Martín Descalzo, que en el nº 486 dibuja las tentaciones de los católicos ante la reforma.
“Pero cada día que pasa es más claro que el Concilio es un asunto de almas, que el Concilio es un movimiento… o no será nada. Los decretos son importantes –es claro–: como son importantes las paredes de cemento en un canal. Pero, ¿qué agua echaremos en ellas? ¿Ya empezaron a reformar sus almas quienes sueñan reformas? Los decretos conciliares no van a cambiar en panes nuestras piedras católicas. Tendremos que fabricar cada uno nuestro pan. A no ser que prefiramos convertirnos en unos hermosos, fúlgidos guijarros conciliares”.
A un mes de la apertura de la celebración del Sínodo de las Familias, aún se aprecia mucho cemento, cuando es agua lo que necesita el canal. Nos quejamos de los fundamentalismos de otras religiones, cuando a veces la violencia se esconde en nuestra propia casa. Y, aunque sea menos peligrosa por menos perceptible, sabemos por la historia de nuestro propio país que todo clima de violencia termina engendrando violencia.
Nos quejamos de la actitud hostil de ciertas entidades hacia la Iglesia, cuando desde algunas redes sociales y medios se juzga con inclemencia a aquellos que no poseen nuestra verdad. Y lo que realmente nos posee es un rencor traslucido en mirada despiadada y palabra ácida hacia aquellos que son y piensan de manera distinta.
Entretanto, comunidades eclesiales y obispos, a pesar de sufrir escarnio y difamación en sus propios muros, no se amedrantan. Porque surge de manera natural conceder los mismos derechos a los que, tanto tiempo, han estado arrinconados en una nave lateral de nuestra Iglesia.
El Sínodo “es un asunto de almas, […] es un movimiento”. Las respuestas de las diócesis enviadas Roma, y las decisiones finales de la Asamblea Sinodal, no servirán de nada si en el mes de octubre no hemos transformado nuestros “fúlgidos guijarros” en un corazón de carne.
En el nº 2.954 de Vida Nueva