(+Amadeo Rodríguez Magro– Obispo de Plasencia)
“Poner en Dios todo lo que se hace en favor del ser humano, y de un modo especial del más indefenso, del nasciturus, es la mejor estrategia, y la más necesaria, para animar la cultura de la vida y para mantener alerta nuestra audacia frente a la cultura de la muerte”
Todo lo que se haga ante ese río de dolor que es el aborto constituye no sólo un acto de legítima defensa de seres inocentes; también es una aportación que regenera la dignidad del ser humano. Sin embargo, entre todas las acciones, hay una que toca el corazón en el que está la fuente misma de la vida; me refiero a la oración. Por ella se reconoce que en el origen y en el fin de toda vida humana y, por supuesto, también en su recorrido existencial, está el mismo Dios. Situar en Él todo lo que afecta a la vida y a la muerte de los seres humanos es la mejor estrategia en la defensa de su dignidad. Como ha dicho el Concilio Vaticano II, “esta dignidad tiene en el mismo Dios su fundamento y perfección”.
En efecto, poner en Dios todo lo que se hace en favor del ser humano, y de un modo especial del más indefenso, del nasciturus, es la mejor estrategia, y la más necesaria, para animar la cultura de la vida y para mantener alerta nuestra audacia frente a la cultura de la muerte. Necesitamos mirar al corazón de Dios y sentirnos valorados en Él para mantener el rumbo certero que lleve al reconocimiento de la dignidad humana. Sólo en Dios, que opera misteriosamente en las conciencias, se puede recuperar nuestra sociedad de ese tremendo mal que la asola: el de haber puesto a luchar el seno materno de la vida con la inocente y débil criatura que nace en su interior. Necesitamos también la raíz amorosa de Dios para situar bien nuestras motivaciones, nuestras expresiones, nuestras emociones y hasta nuestros juicios ante lo que nos agobia y entristece por ser tan inhumano. Necesitamos la confianza en Dios para mantener una conciencia clara y fuerte ante el increíble alborozo de quienes deciden, frente al clamor social, que hay que seguir dándole más oportunidades a la muerte.
arodriguez@vidanueva.es
En el nº 2.700 de Vida Nueva.