(Alberto Iniesta– Obispo Auxiliar emérito de Madrid)
“Desde que pisa nuestra tierra, con andar vacilante como aquel visitante de la luna, el niño tiene que afrontar continuamente una carrera interminable de obstáculos y de descubrimientos en los diversos aspectos de la vida humana. Muy especialmente, la vida cristiana tiene una dinámica de crecimiento. El modelo lo tenemos en la vida de Jesús de Nazaret, el cual, desde su nacimiento, crecía en edad, saber y gobierno”
La Cuaresma es como una carrera de obstáculos, que nos prepara a la celebración pascual de nuestro bautismo.
En las carreras de obstáculos, los corredores saben de antemano que las vallas se ponen en la pista no para hacerles caer, sino para hacerles crecer, para que puedan superar obstáculos cada vez mayores. Esto que ocurre en el orden físico, sucede también en el campo intelectual, moral o espiritual; o sea, en el orden del saber, en el orden del vivir y en el orden del creer; o sea, la ciencia, la ética y la religión.
Desde que pisa nuestra tierra, con andar vacilante como aquel visitante de la luna, el niño tiene que afrontar continuamente una carrera interminable de obstáculos y de descubrimientos en los diversos aspectos de la vida humana.
Muy especialmente, la vida cristiana tiene una dinámica de crecimiento. El modelo lo tenemos en la vida de Jesús de Nazaret, el cual, desde su nacimiento, crecía en edad, saber y gobierno, delante de Dios y de los hombres, como dice san Lucas. Todos sus estadios y sus estados de vida son ejemplo para nosotros. Lo que ocurre es que en esta vida no pasó de los cuarenta, y a los que llegamos a la ancianidad nos falta el modelo adecuado a nuestra edad. ¿Cómo actuaría y viviría Jesús si hubiera sido anciano? ¿Cómo debiéramos vivir nosotros, los llamados mayores?
Naturalmente, los grandes principios de la vida cristiana siguen estando vigentes en nuestra coyuntura, como pueden ser la caridad y la humildad, la paciencia y la esperanza, la alegría y la bondad, etc., para encajar la progresiva pérdida de muchos bienes temporales y la espera firme de los bienes eternos.
En esta etapa de infancia espiritual de nuestra ancianidad, los mejores educadores que podemos tener son el Espíritu Santo y María santa, que juntamente engendraron al Cristo y siguen engendrando a los niños cristianos, que ahora renovamos con gozo nuestro ya remoto bautismo.
ainiesta@vidanueva.es
En el nº 2.700 de Vida Nueva.