(Santos Urías)
“Descalzarse de los horarios, de las prisas, del reloj. Gozar del encuentro con el corazón humano pisando con pie desnudo lo sagrado de la vida”
La calle sabe a nueva. Salgo sin destino ni rumbo a pasear, a “perder el tiempo”, como cuando era un chaval. Las vecinas sentadas en sus sillas plegables en mitad de la acera me saludan y alguna se presenta: “Yo soy la Isi, y aquí tiene su casa”.
El ferretero charla con el comerciante chino y los dos se quejan. Así, sin pretenderlo, han encontrado algo en común.
Un grupito de gitanos bate palmas, fuma y echa un cante en la puerta del salón de juegos. Es su forma de respirar, si no, les faltaría el oxígeno.
A unos metros, en la plaza, cinco argentinos le ponen banda sonora a la tarde: un cajón, una guitarra, una trompeta. Están de paso y van para Barcelona, me cuenta uno de ellos. Disfrutan soñando y sueñan cantando.
Una abuelilla se me acerca y me pregunta si no me importa acompañarla hasta el centro de mayores; cada vez está más torpe y le cuesta mucho ir, pero allí juega la partida con sus amigas. Se cuelga de mi brazo y, familiarmente, me cuenta de sus achaques, de sus nietos, de sus recuerdos, y nos reímos juntos.
Descalzarse de los horarios, de las prisas, del reloj. Gozar del encuentro con el corazón humano pisando con pie desnudo lo sagrado de la vida.
En el nº 2.693 de Vida Nueva.