(Joaquín L. Ortega– Sacerdote y periodista)
“Un repaso a sus novelas y a sus personajes persuade enseguida no sólo de su estética literaria, sino también de su ética religiosa. Sobran dedos en una mano para contar, en crónicas y elogios fúnebres, las alusiones a tales valores”
Hace casi dos meses que fallecía Miguel Delibes y aún no se han apagado las voces que elogian a tan eminente escritor. Entiendo que todas las loas son pocas para el literato y el hombre de bien que él era. Pero confieso mi extrañeza y mi dolor ante el silencio generalizado sobre su nítida condición de cristiano hondo y sustancial, aunque él no hiciera alarde de su religiosidad. Un repaso a sus novelas y a sus personajes persuade enseguida no sólo de su estética literaria, sino también de su ética religiosa. Sobran dedos en una mano para contar, en crónicas y elogios fúnebres, las alusiones a tales valores.
Diríase que sobre su estatura cristiana se ha corrido un casto velo, como si ello nada añadiera a su figura. Delibes hablaba poco de sí mismo. Pero, antes de morir, escribía algo equivalente a un lacónico testamento: “En general creo que he cumplido con mi deber”.
Tras la muerte de su amada mujer –Ángeles de Castro–, publicó, en 1991, su Señora de rojo sobre fondo gris, evocación admirable de su feliz convivencia matrimonial. A lo largo de ese texto, Delibes fue dejando pinceladas que, aunque referidas a ella, bien podrían ser los perfiles de la propia identidad cristiana del autor. Por ejemplo, “su fe fue sencilla pero estable”, “era cristiana y aceptaba el misterio”, “su imagen de Dios era Jesucristo”, “en su vida siempre hubo un sentido religioso, ceñido a lo humano”. ¿No parecen éstos los rasgos del retrato interior del propio Miguel Delibes? Yo diría que sí.
Pero añadiría que con él y quizá sin que en la Iglesia nos enteráramos, se nos ha ido un cristiano cabal. “Un ser que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre del vivir”, como decía Delibes de su mujer.
En el nº 2.705 de Vida Nueva.