(Juan María Laboa– Profesor emérito de la Universidad Pontificia Comillas)
“Sería aleccionador comparar el número de católicos declarados y de practicantes, de instituciones docentes, sociales y creativas, de laicos confesantes, de hace 35 años y compararlo con la brillantez actual de esta Iglesia compacta y gloriosa. Hoy ya nadie sale. ¿Podrá entrar alguno?”
Hace años, Suquía adoctrinó a un obispo: “Si quieres hacer carrera, tienes que apoyar a los movimien- tos”. Hoy parece que el cerco está completo, el desconcierto trocado en gozosa identidad y las carreras logradas. Se han nombrado obispos plenamente conciliares, los seminarios están a rebosar, las iglesias cada vez más llenas, varios millones de jóvenes esperan con ilusión la Jornada Mundial, preparación que revitaliza la vida de las parroquias. No hay niños sin bautizar y, tras las primeras comuniones, los jóvenes prosiguen gozosamente con la catequesis para alcanzar una confirmación conscientemente aceptada y vivida, más tarde, en un compromiso real en su vida social y política.
Es verdad que quedaba un grupo de casi 200 sacerdotes por el norte, con una media de más de setenta años y formados en el mediocre seminario de Vitoria, que se han atrevido a escribir un documento maravillándose por el modo de designar obispos. Son el resto de Israel que repite propuestas obsoletas masivamente presentadas en el Vaticano II por la facción que quería romper con la Tradición. Claro que han recibido una estruendosa respuesta en medios y partidos políticos, con tono sereno, piadoso y equilibrado, nada político, puramente religioso, sin ningún interés espurio: ¡cuando Roma habla, hay que aceptar de corazón!
En este presente feliz, en el que los buenos actúan al unísono, en el que van cayendo en el descrédito los restos de instituciones docentes todavía díscolas, las revistas anacrónicas, sería aleccionador comparar el número de católicos declarados y de practicantes, de instituciones docentes, sociales y creativas, de laicos confesantes, de hace 35 años y compararlo con la brillantez actual de esta Iglesia compacta y gloriosa. Hoy ya nadie sale. ¿Podrá entrar alguno?
En el nº 2.691 de Vida Nueva.