Jaculatorias

pablo-dors(Pablo d’Ors– Sacerdote y escritor)

“Deseo desmentir aquí que hagan falta complicados ejercicios de meditación, ignacianos o no, para llegar a cierta intimidad con Dios; deseo ratificar hasta qué punto constituyen las jaculatorias, la más sencilla de las oraciones, una ayuda de un incalculable poder transformador”

Alimentado por el recuerdo de El peregrino ruso, el conocido librito de espiritualidad ortodoxa, durante mi última peregrinación a Santiago, repetí una y otra vez la oración que había leído en aquellas páginas y que consiste, como es bien sabido, en una fórmula: “Jesús mío, hijo de Dios, ten misericordia de mí”. Al levantar la pierna izquierda aspiraba, dirigía mi vista espiritual al corazón y decía: “Jesús mío”. Y al levantar la derecha, espirando: “Ten misericordia de mí”. Me acostumbré a repetir esta jaculatoria varias veces al día: primero durante media hora, luego una hora y, finalmente, siempre que estaba en camino. ¿Quién sabe cuántas veces la repetiría?

Deseo dejar constancia aquí de la asombrosa eficacia de la palabra “Jesús”: disipa los temores más arraigados, derroca cualquier fantasma; revela cómo el poder del enemigo es, a la postre y siempre, más aparente que el real. Jesús, la palabra “Jesús”, me ha demostrado la inconsistencia de casi todo lo que en algún momento percibí como una amenaza.

A veces dejaba de pronunciar con los labios y escuchaba lo que decía mi corazón. Experimentaba entonces en mi pecho algo así como un fuego indescriptible y, lejos ya del cansancio físico, me dejaba absorber por él. Fue así como esta jaculatoria se llegó a convertir para mí en un auténtico báculo; fue así como me encontré moviendo los labios inconscientemente y hasta diciéndola sin querer.

Deseo desmentir aquí que hagan falta complicados ejercicios de meditación, ignacianos o no, para llegar a cierta intimidad con Dios; deseo ratificar hasta qué punto constituyen las jaculatorias, la más sencilla de las oraciones, una ayuda de un incalculable poder transformador. Gandhi no se equivocaba cuando afirmaba que, en comparación con un mantra, todas las bombas del mundo son nada.

En el nº 2.691 de Vida Nueva.

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