La trivialización del sexo

Ciriaco Benaventep(+ Ciriaco Benavente– Obispo de Albacete)

“A finales de los setenta, Michel Foucault abrió la polémica al sacar las consecuencias de la trivialización sexual. Defendió que no se debía considerar la violación un delito especial, porque eso supondría admitir que ‘algunos órganos corporales, es decir, los sexuales, son más importantes que otros’”


Mi amigo, hombre culto e inteligente, de mentalidad abierta, de talante sereno y de buenos modales, rezumaba indignación de alto voltaje. Las nuevas orientaciones para la educación sexual, promovidas por algunas comunidades autónomas, le sacaban de quicio. Le parecía rayar en lo enfermizo la obsesión de algunos de nuestros dirigentes por inculcar a adolescentes y jóvenes la práctica del sexo a tutiplén, sin orden ni concierto, de todos los modos y maneras. “Hace unos años –me decía–, hubieran sido condenados por corrupción de menores”. Y añadía: “¡Qué pena que lo que está llamado a ser el lenguaje más bello de donación, de comunión, de amor entre el hombre y la mujer, se trivialice hasta tales extremos!”.

De vuelta a casa, busqué un recorte de ABC de hace años, un escrito del profesor José Antonio Marina titulado “Incoherencias de la sexualidad”. Decía: “Cuando consideramos que algo es intranscendente, su lógica devalúa todo lo que toca… ¿Por qué vamos a escandalizarnos por el turismo sexual o por la paidofilia, si la relación sexual es un simple intercambio de estremecimientos agradables?”. El mismo profesor contaba cómo, a finales de los setenta, Michel Foucault abrió la polémica al sacar las consecuencias de la trivialización sexual. Defendió que no se debía considerar la violación un delito especial, porque eso supondría admitir que “algunos órganos corporales, es decir, los sexuales, son más importantes que otros”. “Una violación –decía– es sólo un acto de violencia, igual que un puñetazo en la cara”. Las mujeres se encresparon con toda razón. Pero la lógica de Foucault era impecable. “La trivialización trivializa todo”.

Menos mal que no lo dijo ningún obispo.

En el nº 2.711 de Vida Nueva.

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