(Juan Mª Laboa– Profesor emérito de la Universidad Pontificia Comillas)
“Somos nosotros, creyentes en Jesús y miembros de la Iglesia, quienes nos encontramos desconcertados y angustiados. Son los cristianos quienes, en realidad, están sufriendo el escándalo y la desorientación. Es a ellos a quienes hay que reunir, dar razón de lo sucedido y animarles”
A una catequista de mi parroquia, que preguntó a un niño asiduo al catecismo por qué no asistía a misa los domingos, le respondió que su padre no se lo permitía “por si el cura le violaba”. Bien sabemos que resulta difícil encontrar en la historia de nuestra Iglesia una situación tan grave y desconcertante para nuestros fieles. Cualquier intento de banalizar, extender la porquería o buscar excusas resulta aberrante y peligroso para nuestro futuro.
En realidad, Cristo lanzó un anatema inusual en él: “Quien escandalice a uno de estos pequeños… más le valdría que le colgasen al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al fondo del mar”.
Me sorprende y apena que hasta este momento ni el Papa ni el clero se hayan dirigido a la comunidad de los cristianos para explicarles y pedirles perdón. Somos nosotros, creyentes en Jesús y miembros de la Iglesia, quienes nos encontramos desconcertados y angustiados. Son los cristianos quienes, en realidad, están sufriendo el escándalo y la desorientación. Es a ellos a quienes hay que reunir, dar razón de lo sucedido y animarles. Son ellos los primeros que pueden pedir cuentas del trasfondo, de las equivocaciones y, sobre todo, de los silencios.
Hemos hablado tanto de santidad de los unos y de pecado y excomunión de los otros que parece que resulta difícil ser humildes y aceptar que el pecado está muy repartido y que todos necesitamos la misericordia de Dios. Chirría que en los pocos discursos oficiales de la Iglesia española se reconozca con la boca pequeña y torcida lo sucedido sin ser transparentes con los fieles. ¡Qué magnífica ocasión de catequesis perdida!
Parece que tenemos pocos casos en España. ¿Y qué? ¿No somos todos miembros de una Iglesia, del Cuerpo Místico de Cristo? ¿No somos todos solidarios en la responsabilidad?
En el nº 2.707 de Vida Nueva.