(Antonio Gil Moreno)
“Sin duda, la más breve y la mejor de todas, aquélla de san Pedro: ‘Señor, sálvame’. Es todo un clamor de fe y de esperanza para tantos momentos de la vida. Luego, aquélla de san Anselmo, traspasada por la búsqueda…”
Estos días, la oración –la oración laica, sobre todo– se ha convertido en actualidad planetaria, por el famoso Desayuno, en Washington. Y me he puesto a recordar mis oraciones preferidas. Sin duda, la más breve y la mejor de todas, aquélla de san Pedro: “Señor, sálvame”. Es todo un clamor de fe y de esperanza para tantos momentos de la vida. Luego, aquélla de san Anselmo, traspasada por la búsqueda: “Deseando te buscaré, / buscando te desearé, / amando te hallaré / y hallándote te amaré”. Y, enseguida, la de Pedro Casaldáliga: “Yo pecador y obispo, me confieso / de soñar con la Iglesia / vestida solamente de Evangelio y sandalias”.
De fondo, el rumor de tantas olas, como el comienzo de aquella Carta a Dios del Abbé Pierre: “Padre, os amo más que a nada”, o la de Jossel Rockower, puesta en labios de un judío del gueto de Varsovia: “Dios de Israel, Tú puedes golpearme, puedes quitarme lo mejor y más querido que tengo en el mundo, puedes atormentarme hasta la muerte, pero yo creeré siempre en Ti”. Hasta José María Valverde entonó en sus versos esta bellísima plegaria: “¿Qué nos darás, Señor, en premio a los poetas? / Tú nos darás en Ti el Todo que buscamos”. Y el anhelo de Benedicto XVI en la Zona Cero del 11-S: “Dios de la paz, concede tu paz a nuestro violento mundo”. Amén.
En el nº 2.695 de Vida Nueva.