(Pablo d’Ors– Sacerdote y escritor)
“Yo he nacido para decir misa, y no sería el mismo si no tuviera que decirla. Aun cuando a veces la diga deprisa o sin mucha devoción, la misa actúa en mí. Soy un simple altavoz, alguien que está ahí –tras el altar– para que el rito del partirse y repartirse se cumpla”
Al celebrar la eucaristía comprendo estar realizando aquello para lo que he nacido, pues las palabras y los gestos del rito resumen y simbolizan tanto la vida de Cristo como, de algún modo, la mía. Mediante este sacramento logro comprender quién he sido hasta ahora y quién debo ser, además de coger fuerzas para poder serlo. Así que celebro el santo sacrificio para recordarme –condensada y ritualmente– que también yo debo morir.
Al concluir la celebración me siento fortalecido y renovado: no soy el mismo antes y después de celebrarla. No logro determinar el momento exacto en que se produce mi transformación. Sin embargo, hay algo extraordinario en este acto y, al tiempo, inmensamente sencillo y cotidiano.
A menudo me ha sucedido no saber con precisión qué iba a consagrar: si el pan que tenía entre mis manos o al hombre que yo era y que lo sostenía, si al sacerdote que recitaba la fórmula de la consagración o al mundo entero, que se me brinda para que yo lo ofrezca a su Creador. Elevo entonces el cáliz y la patena; la distancia entre los astros del cielo y la tierra es nada en comparación con la distancia entre la sagrada Forma y yo.
Yo he nacido para decir misa, y no sería el mismo si no tuviera que decirla. Aun cuando a veces la diga deprisa o sin mucha devoción, la misa actúa en mí. Soy un simple altavoz, alguien que está ahí –tras el altar– para que el rito del partirse y repartirse se cumpla. Tengo el privilegio de ver a diario cómo Cristo muere y resucita; no comprendo por qué he recibido el honor de presenciar semejante espectáculo y, más aún, de tener en él una parte tan activa. Gracias a las muchas eucaristías que he celebrado he llegado al punto en que también a mí me gustaría poder resumirme y simbolizarme en un poco de vino y un poco de pan. En otras palabras: quisiera ser eucaristía, es decir, dar fruto en las vidas de quienes me rodean.
En el nº 2.695 de Vida Nueva.