(Jesús Sánchez Adalid– sacerdote y escritor)
“Tenemos un gran deber: mostrar que esta Palabra, que nosotros poseemos, no pertenece a los trastos de la historia, sino que es necesaria precisamente hoy. Y que la pura racionalidad desenganchada de Dios no es suficiente, sino que es necesaria una razón más amplia”
Este pesimismo que va impregnando la sociedad a medida que avanza la crisis no es nuevo. Se parece mucho a aquél que, siguiendo el espíritu de su época, inspiraba a Maquiavelo cuando, en sus Discursos sobre Tito Livio, renovaba la desilusión de Catón de Útica al pronunciar su célebre último discurso, y decía: “La sociedad camina de lo malo a lo peor”. Porque, salvando el tiempo, no parece resultarnos ajeno aquello de Bousset: “Después de seis mil años de observación, el espíritu humano no se ha agotado; aún busca y encuentra; y sabe bien que encontrará hasta lo infinito, y que sólo el desánimo puede limitar sus conocimientos y sus invenciones”. “¿Qué significa –decía Balmes– ese homenaje tributado a la libertad, a las reformas, a la tolerancia y al progreso? ¿Todos los que lo hacen son débiles o ciegos? Entonces, ¿dónde están los fuertes y los que tienen vista? Es preciso no lanzar un ¡ay! de espanto a cada paredón que se desploma de los antiguos edificios del mundo político. Todo lo humano envejece, todo se reduce a polvo: los mismos cielos y la tierra pasarán; lo que no pasará es la palabra de Dios”.
Tenemos un gran deber: mostrar que esta Palabra, que nosotros poseemos, no pertenece a los trastos de la historia, sino que es necesaria precisamente hoy. Y que la pura racionalidad desenganchada de Dios no es suficiente, sino que es necesaria una razón más amplia, que ve a Dios en armonía con la historia. Aún podemos infundir coraje y aliento para vivir y actuar con coherencia, para aportar convicciones que puedan representar un fundamento sólido, esperanzado y coherente.
En el nº 2.712 de Vida Nueva.