(Alberto Iniesta– Obispo Auxiliar emérito de Madrid)
“Renovando esta mirada de fe durante un tiempo previo de oración es como mejor podemos estudiar, planificar y revisar la actividad pastoral de la comunidad”
La relación entre vida activa y contemplativa es un asunto fundamental en la Iglesia y recurrente en todo el Nuevo Testamento. Un ejemplo paradigmático podría ser el relato de la Anunciación en el evangelio de san Lucas, cuando después de la experiencia inefable de la Encarnación del Verbo divino en su seno, María corre presurosa a visitar a su prima Isabel, que necesita de su presencia y de su ayuda.
En cuanto a la proporción entre ambas, es un tema variable hasta el infinito, dependiendo de las circunstancias, la vocación y la responsabilidad de cada persona. Pero en general parece que lo más frecuente suele ser la caída en el activismo.
¡Cuánto, cuán bueno y necesario se hablará de las cosas de Dios en dos o tres horas de planificación pastoral! Pero la rutina se puede infiltrar hasta en las cosas más santas, y a veces podríamos caer inconscientemente en tratar de las cosas de la Iglesia como si sólo fueran eso: cosas que hay que organizar por nuestra cuenta. Por eso, es necesario hablar con Dios antes de hablar de las cosas de Dios.
Por ejemplo, creo que si una reunión de trabajo pastoral se iniciara con una media hora de oración en silencio, no solamente no se perdería el tiempo, sino que se ganaría mucho. Quizá no aprenderemos nada nuevo, pero sí que lo veremos y sentiremos todo de manera nueva.
En realidad, cada día es un milagro de Dios, aun fuera de la Iglesia. Como dice Nelson Mandela: “La bondad del hombre es una llama que se podrá esconder, pero nunca apagar”. Pero además, toda la vida cristiana es como un sacramento de la gracia de Dios, en la que nos movemos por la moción y la emoción del Espíritu Santo. Renovando esta mirada de fe durante un tiempo previo de oración es como mejor podemos estudiar, planificar y revisar la actividad pastoral de la comunidad. Reunidos con María en la oración, la espera y la esperanza, siempre puede ser Pentecostés.
ainiesta@vidanueva.es
En el nº 2.704 de Vida Nueva.