(Juan María Laboa– Profesor emérito de la Universidad Pontificia Comillas)
“Caminando resulta fácil soñar con una Iglesia peregrina, sencilla y acogedora, más a la mano, en contacto inmediato con cuantos peregrinan en la misma dirección”
Hemos recorrido durante unos días el Camino de Santiago a través de la provincia burgalesa: misa cantada con las clarisas de Belorado, la alegría contagiosa de la vocación; la deliciosa iglesia y el sepulcro de San Juan de Ortega, la caridad efectiva con los hermanos; Burgos, una comunidad austera que levanta una gloriosa catedral; Hornillos, la cercanía amable de los paisanos; Castrogeriz, la fe que genera monumentos; el canal de Castilla y Frómista, un pueblo que reza en Románico y mejora sus condiciones de vida. Hemos luchado contra el viento estepario y un frío inclemente, hemos rezado y reflexionado, charlado con calma y gozosamente.
En algún pueblo hemos leído periódicos con la basura de Tamayo, A. Torres, A. Mata o Público, sobre la pederastia en la Iglesia, con una soberbia y una rabia que sorprende por su rencor y rechazo. En el Camino, éramos más conscientes de que este anticlericalismo tiene poco sentido y de que con esos mimbres se construyen sólo ruinas.
El Camino de Santiago se convierte en una autopista de solidaridad y de intercambio positivo. Hemos charlado con australianos, franceses, alemanes, mallorquines, castellanos y catalanes; conversaciones sencillas, pero que hacían alusión a valores humanos y religiosos importantes. Nos sentíamos partícipes de una fraternidad común y no faltaban proyectos para un futuro mejor.
Caminando resulta fácil soñar con una Iglesia peregrina, sencilla y acogedora, más a la mano, en contacto inmediato con cuantos peregrinan en la misma dirección, consciente de lo débiles y expuestos que estamos ante las inclemencias de la vida, pero que camina, avanza, acompaña, enseña y aprende, siempre solidaria con todos los humanos que gozan y sufren con nosotros.
En el nº 2.703 de Vida Nueva.