(+ Ciriaco Benavente Mateos– Obispo de Albacete)
“ Algo tendría que chirriarnos por dentro cuando vemos que los animales domésticos de los países ricos están mejor cuidados que los seres humanos de los países pobres”
Andaba yo en los pasados días navideños dando vueltas al denso y oportuno Mensaje de Benedicto XVI para La Jornada Mundial de la Paz, cuando me sorprendió ver por la calle a un par de perritos, que, además de bien trajeados, calzaban zapatos deportivos, hechos, al parecer, a medida. Ya sabía que existían clínicas, peluquerías, restaurantes y hasta cementerios para perros. Incluso me sonaba el cuento de El gato con botas, y el refrán que dice que “gato con botas no caza”. Me sorprendió y me hizo gracia, pero algo me chirrió por dentro.
Les aseguro que aunque uno sepa que el hombre es el único sujeto personal de toda la realidad mundana, y, por tanto, el único titular de derechos y deberes en sentido estricto, que ésa es su grandeza y su servidumbre, de verdad que quiero a los animales. Otra cosa es llegar al disparate antropológico de creer que los humanos no nos diferenciamos cualitativamente del resto de los seres, que tal es el credo con el que algunos científicos pretenden que comulguemos. De hecho, ya hace años, se pedía literalmente en la pancarta de una manifestación “acabar con el hombre para que el hombre no acabe con la naturaleza”, y en la misma se reivindicaba a la vez el aborto libre y la prohibición de matar crías de foca.
Ante el insólito espectáculo de los perritos con calzado deportivo, pensaba en las familias que sufren las consecuencias de la crisis, en los millones de seres humanos que mueren de hambre, en los niños a los que se les impide nacer. Algo tendría que chirriarnos por dentro cuando vemos que los animales domésticos de los países ricos están mejor cuidados que los seres humanos de los países pobres. Y más en Navidad, en que el Hijo de Dios se hizo hombre para levantar al hombre a la dignidad de hijo de Dios.
En el nº 2.692 de Vida Nueva.