(Ángel Moreno, de Buenafuente)
“¡Cuántas veces puede venir el regalo providente por medio de un desconocido y, por miedo o prejuicios, lo ignoramos!”
El ambiente de general desconfianza que impera en la sociedad actual o los sucesos que les han ocurrido a otros de los que hemos tenido noticia, nos llevan a vivir en una constante prevención ante los desconocidos. Esta actitud, si en algunas ocasiones sirve para defenderse frente a la intemperie en las relaciones, también puede ser motivo de perder la oportunidad de un encuentro interpersonal fascinante.
Estaba en Fátima. Era el 13 de octubre de 2007, nonagésimo aniversario de las apariciones de la Virgen. Había peregrinado hasta el santuario con un grupo de amigos. En el tiempo libre, me dispuse a rezar vísperas, dando vista a la capilla de las Apariciones, cuando veo que se me acerca un señor, me mira y se sienta a mi izquierda. Después supe que se atrevió a sentarse porque me vio con el libro de Liturgia de las Horas.
Nos cruzamos el saludo y algunas preguntas de mutua presentación, por las que me informó que era vecino de Fátima. Entonces me atreví a solicitarle información sobre los sucesos históricos que tuvieron lugar de mayo a octubre de 1917. ¡No podía creerlo! Aquel desconocido resultó que era Antonio Martos, sobrino carnal de los pastorcillos Francisco y Jacinta. De forma humilde, como quien habla con pudor, me contó lo que había escuchado de su abuelo y de su padre sobre las apariciones.
¡Cuántas veces puede venir el regalo providente por medio de un desconocido y, por miedo o prejuicios, lo ignoramos!
En el nº 2.694 de Vida Nueva.