(Dolores Aleixandre, rscj)
“Se corrió la voz de que había llegado un nuevo libro y, los que lo habían leído, decían que esponjaba el corazón y despertaba el deseo de ser mejores. Trajeron muchos ejemplares y todos se pusieron a leerlo con avidez, hasta que, de pronto, el encargado de los interruptores decidió apagar la luz (…) decidieron convertirse en Ratones Narradores y salieron a la luz del día a contar lo que habían aprendido en aquel libro”
Había una vez, en el país de los Ratones Lectores, una biblioteca magnífica que tenía un único inconveniente: estaba en un sótano y había que leer con luz eléctrica. Eso no desanimaba a los Ratones Lectores, y mucho menos cuando se corrió la voz de que había llegado un nuevo libro y, los que lo habían leído, decían que esponjaba el corazón y despertaba el deseo de ser mejores.
Trajeron muchos ejemplares y todos se pusieron a leerlo con avidez, hasta que, de pronto, el encargado de los interruptores decidió apagar la luz (son cosas que pasan, sin ellas no habría cuentos y hay que tener un poco de paciencia). Al principio, los Ratones se quedaron consternados, pero en seguida se les pasó el disgusto: decidieron convertirse en Ratones Narradores y salieron a la luz del día a contar lo que habían aprendido en aquel libro. Miles de Ratones se quedaban embelesados con sus palabras y llenos de agradecimiento a quien había sido capaz de escribirlas y de hacerles tanto bien. El rumor sigue todavía circulando de boca en boca y nadie puede detenerlo.
Y, además, no existen interruptores para apagar el sol.
daleixandre@vidanueva.es
En el nº 2.700 de Vida Nueva.