Una lengua para hablar con Dios

Francisco-M-Carriscondo(Francisco M. Carriscondo Esquivel– Profesor de la Universidad de Málaga)

“¿Habló Zapatero en español con Dios, dentro de su agnosticismo, en aquel Desayuno? Quizás la de ser ésta la lengua que llevaron los misioneros a América para la evangelización del continente sea la única verdad que pueda extraerse”

En su discurso del Desayuno Nacional de la Oración, Zapatero escudó su desconocimiento, uno más de tantos, de otras lenguas con el uso de aquélla de la que finalmente se valió, el “castellano”. Su único argumento fue que es ésta “la lengua en la que por primera vez se rezó al Dios del Evangelio” en América.

Como tantas veces, quizás de mayor trascendencia, resulta muy cínica la posición de nuestro presidente, propia del relativismo moral reinante: su desconocimiento del inglés se oculta con un sorprendente e inesperado amor por su lengua materna; pero ello no es óbice para que, de puertas adentro, no considere mal que se multe en Cataluña a quienes rotulan sus comercios en español. Además, ¿nadie ha advertido que utilizó el nombre de castellano, preferido por las comunidades autónomas bilingües, en vez de español, más internacional?

Sin embargo, a pesar de tal cinismo, y con independencia del término empleado, su afirmación no deja de contener una extraordinaria verdad: el Dios del Evangelio fue mostrado en América por primera vez en nuestra lengua. Y ello conecta con una serie de hitos en este camino, a veces paralelo, que representa la historia del español y la expansión de nuestra fe. Recordemos que las primeras muestras del castellano aparecen en las conocidas Glosas emilianenses y silenses. Medio milenio más tarde, habría que recordar las famosas palabras del emperador Carlos v, un extraordinario políglota que confesó que siempre usaba el castellano para hablar con Dios.

¿Habló Zapatero en español con Dios, dentro de su agnosticismo, en aquel Desayuno? Quizás la de ser ésta la lengua que llevaron los misioneros a América para la evangelización del continente sea la única verdad que pueda extraerse.

En el nº 2.697 de Vida Nueva.

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